"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

jueves, 23 de abril de 2015

Improvisando...

"Camino. Vacío. Despierto. Un elefante. Un elefante, se balanceaba... 
El elefante ahora lleva tutú, y baila un vals de Chopin,
con una hipopótama sorprendentemente grácil de Disney. Uno, dos tres... Uno, dos tres...
Quiero bailar un tango. ¡Quiero bailar un tango!
Madre mía, tengo-necesito-deseo imperiosamente aprender a bailar un tango.
Nanananaa nanananaa nananana nananáaa...
Sexy. Caliente. Voluptuoso.
Tu pierna entrelazada con la mía.
Un-dos-tres, un-dos-tres, un-dostres...
Un salto y estoy llevando el paso en una marcha militar. Hop!
Los militares a mi lado llevan narices rojas de payaso.
El teniente que ahora es un sargento nos observa y detiene la marcha, muy enfadado
"¡Quítense esas narices!", nos grita,
y hop! de la nariz nos sale una flor."

Ejercicio escrito de improvisación.



Improvisar significa dar un salto al vacío, atreverse a salir de lo cómodo y habitual, y dar un paso en terreno desconocido. Improvisar significa conectarme con mi parte creativa y, por tanto, con mi deseo. Improvisar, en fin, significa caminar hacia la espontaneidad.

No es nada fácil. Ante una situación concreta, todos tenemos un abanico de respuestas bien aprendidas y que, invariablemente, nos permiten permanecer en la región de lo conocido, es decir, ante la situación A, respondo B (y siempre que lo hago, sé aproximadamente lo que va a ocurrir después, lo cual me deja tranquilo). Como mucho, puedo tener un abanico de respuestas, siempre limitado: B, C, D... y todas ellas, aún asumiendo un mínimo riesgo, me dejan en terreno cómodo.

¿Qué es esto de terreno cómodo? Todos aquellos lugares que asumo como conocidos y que, por tanto, no me ponen "en riesgo". Incluso si una de las respuestas antes mencionadas (pongamos que "D") es la que menos me apetece, bien sea porque no es la que tengo más ensayada, bien sea porque supone asumir un punto doloroso o desagradable de mi personalidad... incluso así, digo, se trata de una respuesta cómoda. Porque ya sé (o eso creo) lo que va a ocurrir después. No me deja en bragas ante lo desconocido. No tengo que asumir el riesgo de perder el control.

Claro que todos estos patrones de respuestas (y cada uno de nosotros tenemos nuestro abanico, más o menos grande, pero limitado al fin) están bien aprendidos desde bien pequeñitos. En su momento, estas respuestas me ayudaron a sobrevivir ante una situación vivida como un peligro (y para un niño, un peligro mortal). Fuera realmente así o no, no importa. Para cada uno el abanico se fue reduciendo a fuerza de aprender que "esto no", "así no", "esto no se dice", "eso no se toca", "no hagas eso" y otras situaciones más o menos dolorosas. Al ir creciendo, estas y otras respuestas incorporadas gracias a la experiencia, se fueron ensayando y perfeccionando, hasta tener un abanico precioso y reluciente (y siempre el mismo). De modo que, cada vez que me encuentro ante una situación... me voy a mi abanico de respuestas aprendidas y escojo la más conveniente... o la más aprendida... o la menos riesgosa, y repito el patrón una y otra y otra vez.

No suena muy libre, ¿verdad? Para mí supone un dolor enorme encontrarme repitiendo el mismo guión una vez tras otra. Yo que me creía un ser libre, creativo, imaginativo... descubro que tengo mi abanico, como todos los demás.

Oh no, esto no significa para nada que no seamos seres libres. En absoluto. Significa que nuestra libertad es muy limitada, y que libremente hemos decidido elegir cuál será nuestro abanico, nuestro repertorio de respuestas.

Claro que se podría pensar que, ¿cómo pude yo elegir esto, si lo aprendí de chiquito? Quizás no en aquel momento. Pero sí ahora. Sí ahora y en cada momento que decides rebuscar en el saco de respuestas viejas y no preguntarte por lo que tú necesitas, y si esta respuesta que ahora mismo estás dando sin darte cuenta siquiera responde a lo que realmente quieres decir y/o hacer.

Pero ¿cómo salir de aquí? La recuperación de la espontaneidad es vital para volver a conectar con nosotros y salirnos de este abanico-prisión. De alguna manera, se trata de volver a ser un niño y re-descubrir el universo con ojos que lo ven todo por primera vez, sorprendidos e incluso con miedo, por qué no.


Dice Keith Johnstone en su magnífico Impro. Improvisación y el teatro (Ed. Cuatro Vientos, 2003), que "La espontaneidad significa abandonar algunas de nuestras defensas" y parece que no hay más remedio. Si la espontaneidad es el remedio contra la cárcel del ego, entonces por el camino habrá que librarse de alguna de las defensas y mecanismos que lo mantienen.

Y para ello la terapia Gestalt ofrece su conocido remedio de:

Vivir el Presente + Darse Cuenta + Responsabilidad.

Obviamente, el darme cuenta de que estoy de nuevo utilizando el mismo mecanismo, y de para qué lo estoy haciendo, me facilita el hacerme responsable de mis decisiones, al tiempo que me ayuda a vivir más en el momento presente.

Así, recuperar mi espontaneidad significa ser consciente de mis deseos, al tiempo que de mis necesidades. Responderme a la pregunta "¿qué quiero?" o "¿qué necesito?" en cada momento, me ayudará a obtener una respuesta que, muy probablemente, comience a caer fuera del saco de lo conocido. Entonces, no me quedará más remedio que decidir caminar por este nuevo camino o no, sabiendo ya lo que me pierdo.


Recuperar mi espontaneidad también significa conectarme con mi fuerza creativa. El ser espontáneo responde a sus deseos observando su "punto cero" interior, aquel lugar de donde nacen todas las respuestas, el vacío fértil del que habla Paco Peñarrubia. Reconectarme con mi creatividad me ayuda a ampliar mi universo, la gama de colores con que siempre he visto la vida adquiere matices nuevos, recupero sensibilidades dormidas, empiezo a fiarme de mi intuición.

El Teatro ofrece un espacio fantástico para recuperar la espontaneidad: la Improvisación.

Un espacio de improvisación es un espacio donde lo que prima es el vacío. Y el vacío puede ser tanto la nada como el todo, pues ambos son lo mismo. Es decir, enfrentarme a un escenario donde nada hay y en donde comienza a surgir algo: una propuesta, un verso suelto, un murmullo. Todo es bueno si todo surge de mí. Y ante lo que surge, es importante entregarse. Confiar. La imaginación ya está puesta en marcha y es como un río ante el que hay que dejarse llevar por la corriente, con la pasión puesta en el camino, y la sorpresa de lo que ha de llegar inmediatamente después.

A la hora de improvisar, es importante decir  a lo que surge, por muy loco que sea. Dice el mismo Johnstone:

"La mayoría de la gente que conozco está secretamente convencida que es un poco más loca que el promedio. Las personas saben de la energía necesaria para mantener sus propias defensas, pero no de la energía que gastan los demás. Comprenden que su propia cordura es una actuación, pero al enfrentarse a otros, confunden a la persona con el rol.
La cordura no tiene directamente nada que ver con la forma en que pensamos. Se trata de presentarnos como seguros."

Todos gastamos una cantidad ingente de energía, día a día y todos los días de nuestra vida, en mantener bien sujeta esta estructura donde me siento seguro pero de donde no me puedo mover con facilidad. Se trata de una estructura rígida (el carácter o ego), que no me permite ser flexible y, por tanto, tampoco espontáneo, ni estar alineado con mi deseo.

Se trata pues, de poner toda esta energía (o bien, no seamos ambiciosos, un poquito al menos) a nuestro favor. Retomar un poquito y ponerla en la improvisación. Decir  a lo que sale. Fiarse de la propia creatividad, del genio interior. Os aseguro que salen cosas asombrosas.

¿Improvisamos?