"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

domingo, 22 de febrero de 2015

¿Cuándo empezar?



Hay muchas maneras y motivos por los cuales comenzar un proceso terapéutico.

Algunos comienzan atendiendo a un síntoma particular, que aparece de repente en sus vidas y que no casa con lo habitual: un dolor intenso, una angustia repentina, un miedo paralizante. Otros llegan tras un tiempo en que no han encontrado respuestas, o ante el desencanto de una vida que no es lo que esperaban. Hay otros que llegan buscando conocimiento, ampliar el retrato que de uno mismo se tiene.

Llegado el momento, cada uno atiende a la razón que le lleva a comenzar su proceso terapéutico. Para mí, éste es un momento mágico, en el que, muchas veces sin darnos cuenta, estamos escuchando la llamada de una fuerte necesidad interna, una búsqueda de ayuda, una mano amiga que nos ayude a levantar y nos recuerde que tenemos fuerzas suficientes, alguien que nos escuche.

Sea como sea que uno llega a la terapia, lo común es que en este primer momento ya se está ampliando la conciencia, al atender esta necesidad interna y buscarle una respuesta.

En mi caso, todo comenzó buscando una guía, un nuevo modelo. Me encontraba en un momento sumamente angustioso de mi vida, al darme cuenta de que no sabía vivir. Dicho así, puede parecer hasta escandaloso, y sin embargo es rigurosamente cierto. En un momento de mi vida, me doy cuenta de que tal y como he vivido hasta entonces, la cosa no funciona. Hay algo que no encaja, pero no sé qué es, dónde está, y de encontrarlo, cómo repararlo. Necesito otro modelo de vida, algo que me enseñe cómo relacionarme (especialmente con aquello que más quiero) de manera más sana. Y así llegué a mi terapeuta, y hasta hoy, ha sido lo mejor que he podido hacer para mí mismo.


La mayoría llegamos al sillón de paciente en un momento de crisis, más o menos fuerte. Se dice que los chinos utilizan el mismo término tanto para decir "crisis" como "oportunidad". Sea cierto o no, lo maravilloso es que cada crisis encierra una oportunidad para salir de ella, aprendiendo además por el camino transitado. De la misma manera, nuestro término actual para definir una "crisis" proviene del griego κρίσις, que significa "separar" y también "decidir". Separar aquello que nos conviene de lo que no nos conviene, aquello que deseamos de aquello que ya nos es obsoleto. Y decidir qué hacer, ante una situación determinada, con lo que nos ha sido dado.

La terapia aparece como un lugar donde poder aclarar qué hacer con este momento. No porque el terapeuta se dedique a plantear soluciones a problemas ajenos (al menos, no en mi caso ni en lo que conozco de la Terapia Gestalt), sino porque se posibilita un espacio en el que el paciente pueda atender con mayor atención a aquello que le pasa. Un espacio en el que desbrozar un poco el asunto de las respuestas mecánicas y automáticas, que aparecen una y otra vez, limitando nuestra capacidad de respuesta a un abanico muy reducido y no siempre deseado. Un espacio en el que escuchar la propia voz y dar protagonismo a la necesidad que aparece en este momento, bien sea solventar esta crisis o no.

Vivimos en una sociedad enferma, altamente neurótica, y desde bien niños nos inculcan que "lo sano" es amoldarnos a esta enfermedad, volviéndonos nosotros también neuróticos en el proceso. La neurosis no es una locura, por tanto, sino lo que la sociedad de hoy llama "normalidad". Y por esta normalidad se entiende un manojo muy limitado de respuestas a situaciones tan diversas como la vida misma. El neurótico, como lo define Claudio Naranjo, es alguien que ha dejado de estar en contacto consigo mismo y responde de manera mecánica. Hemos perdido por el camino aquello que era lo más sagrado: a nosotros mismos.

Baste considerar tan solo dos síntomas: la insatisfacción y la incapacidad de vivir en paz (G. Borja). Estamos inmersos en los tiempos del vivir de prisa, sin parar, y con la exigencia de mostrar un alto grado de entusiasmo al hacerlo: un nuevo trabajo (sea en las condiciones que sea), un modelo de familia, una casa mejor, un coche más rápido, amigos, éxito, dinero... Queremos más, mejor y más rápido, inmersos en una espiral que nunca acaba, y perdiendo la tranquilidad y la paz por el camino. Y lo peor, es que ni siquiera lo disfrutamos, olvidándonos del grato sabor de la satisfacción.

Y ante toda esta marea, ¿cuál puede ser el ancla que nos detenga y aferre a nosotros mismos? La clave está, curiosamente, en la propia enfermedad.

Dice Guillermo Borja, en su maravilloso manifiesto terapéutico, La locura lo cura (Eds. La Llave): "Lo que más atemoriza al ser humano es caer en una crisis, porque pone de manifiesto todo lo que está irresuelto: la dependencia, la necesidad, la carencia... No se puede resolver nada profundo si no es a través de una crisis, pues ella misma posee los elementos de la curación. Los procesos terapéuticos deben buscar los momentos de crisis, provocarlos, no irlos suavizando. La crisis del paciente es una estrategia heroica. El ego viene de tal manera disfrazado que parece que sufre, que pide ayuda, pero lo único que intenta es fortalecerse y seguir en el trono. ¡El ego intenta la salud pasando primero por un salón de belleza! Sin embargo, el proceso de la curación pasa por convertirse en un enfermo más enfermo".

Y es totalmente cierto: si uno pretende superar esta crisis, si uno pretende llegar algún día a un mínimo de curación de la neurosis que lo maniata, entonces irremediablemente ha de pasar por el propio infierno, y lo primero es reconocerse como enfermo, como neurótico, como persona dañada y encarcelada por sus propios mecanismos, prácticamente sin libertad ni autonomía para elegir libremente, y aprender del cómo uno hace para reproducir y realimentar estos mecanismos.

Es por ello que, entrar en la propia neurosis señala el camino de la curación, es decir, la locura es la cura.

Entrar en la locura quiere decir perderse en los recovecos de la enfermedad y reconocerla como propia, con todos sus secretos y hábiles mecanismos de funcionamiento, tan aprendidos desde bien pequeños. Entrar en la locura significa de alguna manera perder los límites de lo conocido hasta ahora y arriesgarse a entrar en lo desconocido de uno mismo, no por ello menos propio, para descubrir lo realmente auténtico: ¿reacciono así o asá, ante tal asunto por gusto, por propia elección? ¿o es esta la manera que he aprendido toda mi vida y nunca me he planteado si me pertenece, si es lo que quiero en este momento? ¿lo que quiero me asusta? ¿me doy derecho a concederme aquello que más deseo? ¿qué es el permiso y qué es lo que reprimo?

Entrar en la locura aparece como el camino para recuperar el instinto, lo intuitivo, la conexión con lo verdadero que llevo dentro, con lo auténtico, aunque muchas veces pueda parecer disparatado o inconveniente. Y esto es algo que ya llevo dentro, nadie me lo ha de enseñar. Sólo quizás recordarme que yo ya tengo todas las respuestas, dentro de mí.

Así que, ¿cuándo empezar un proceso terapéutico? No existe un momento mejor que otro, ni tampoco uno peor. El momento es ya o no es nunca, tú decides.