"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

miércoles, 30 de diciembre de 2020

HERRAMIENTAS EMOCIONALES PARA TIEMPOS EXCEPCIONALES

Se va 2020 dejando tras de sí todo un camino de dificultades y de posibilidades. Cada unx de nosotrxs lo ha recorrido como bien ha podido, pero lo cierto es que a todxs, en mayor o menor medida, nos ha pasado factura. Si algo deja claro este año que sale, es que la vida es un camino incierto, que nos llama a colocarnos a cada paso que damos, a cuestionarnos y observarnos.

Este año he decidido no convocar un nuevo ciclo de talleres de Teatro Emocional ya que considero que no se ofrecen las condiciones oportunas para generar el clima de seguridad y confianza desde donde exponernos al contacto y a la expresión emocional. Considero que no hay que forzar las cosas y que mejores tiempos vendrán, en que podamos retomar esta experiencia presencial tan enriquecedora.

Sin embargo, la extraordinaria dificultad de estos tiempos me lleva a asumir un nuevo riesgo, impelido precisamente por esta necesidad de "colocarme" ante los retos del presente. Me gustaría presentarte un nuevo proyecto, nacido de la observación de las necesidades que ahora aparecen.



HERRAMIENTAS EMOCIONALES PARA TIEMPOS EXCEPCIONALES
(ciclo de talleres online)




Como puedes ver, se trata de un ciclo de talleres online durante el cual podrás observarte y profundizar en tu proceso de autoconocimiento. Durante este ciclo de talleres, observaremos las dificultades que aparecen en nuestro momento presente e intentaremos darles cauce a través del conocimiento de nuestras emociones y de la expresión artística. El Arte, en sí, tiene un enorme potencial terapéutico que, puesto a nuestro servicio, nos ayuda a conocernos y a expresar los misterios que llevamos encerrados dentro. Se convierte así en un espacio de autoconocimiento transformador y liberador de nuestra esencia. Los talleres, serán grupales y en grupos reducidos, favoreciendo así la confianza y seguridad necesarias. El formato será online, de modo que podrás realizarlos desde la comodidad de tu casa o de tu centro de trabajo.

El encuadre terapéutico será gestáltico, poniendo así el acento no en lo que ocurre, sino en lo que "me" ocurre, y lo que yo decido hacer con eso que me ocurre. Como siempre, la toma de decisión consciente es un acto de responsabilidad y por lo tanto, de madurez.

El formato es de dos talleres al mes, aunque existe la opción de que asistas sólo a uno de ellos (más los talleres de apertura y cierre del ciclo), y cada mes exploraremos una de las grandes artes generadas por la humanidad, de modo que nos sirvan de herramientas para la investigación:

MÚSICA - PINTURA - LITERATURA - TEATRO - ESCULTURA (y arquitectura) - DANZA


Las fechas de los talleres serán las siguientes, siempre en sábado y en horario de 10 a 13h:

  • 30 de enero (taller de apertura)

  • 6 de febrero
  • 20 de febrero

  • 6 de marzo
  • 20 de marzo

  • 10 de abril
  • 24 de abril

  • 1 de mayo
  • 15 de mayo

  • 5 de junio
  • 19 de junio

  • 3 de julio
  • 17 de julio
  • 31 de julio (taller de cierre)

Los talleres serán online, y a través de la plataforma Zoom (es recomendable que te la descargues para una mejor recepción).

Puedes reservar ya tu plaza y consultar las condiciones de asistencia a través de este mismo e-mail o por teléfono, llamando al 661536263. Recuerda que las plazas son limitadas y se asignarán por estricto orden de reserva.

martes, 8 de diciembre de 2020

Teatro Emocional (en Pausa)



Es obvio que estamos viviendo tiempos críticos. Críticos en cuanto a que nos confrontan con la evanescencia de la vida y lo importante que es "lo importante". Digo esto porque llevo meses, desde que cerramos el último ciclo de Teatro Emocional, pensando y reposando qué hacer con los ciclos de talleres, en este tiempo tan especial.

Finalmente, he llegado a la conclusión de que es un buen tiempo para reposar, observar y tomar las cosas con calma. Llego a este momento cansado del tremendo esfuerzo que supone adaptarse una y otra vez a las circunstancias y condiciones cambiantes (no es algo nuevo, sin embargo, pero sí lo es que la normativa sanitaria cambie cada cierto tiempo). Observo la importancia que para este tipo de trabajo tiene el contacto, la presencia física y, con el tiempo y distancia suficiente para ver las cosas con calma, llego a la decisión de que es un buen momento para parar y descansar.

No concibo Teatro Emocional sin su parte de contacto. Por supuesto, todo se puede adaptar pero, ¿merece la pena, esa adaptación? ¿es tan importante? ¿o es mejor pararse y dejar descansar las cosas? Para mí, este momento me lleva al contacto conmigo y a tomar conciencia de la importancia del contacto con lxs demás. Además del contacto, es una propuesta que necesita al grupo y que en lo comunitario encuentra gran parte de su fuerza. Es por eso, que he tomado la decisión de descansar los talleres de Teatro Emocional, al menos hasta que las condiciones externas nos lo permitan y podamos desarrollar el trabajo en la confianza y seguridad que éste requiere.

No quiere esto decir que desaparezcan las propuestas, ni mucho menos. Creo que es tiempo de trabajar y observarse a unx mismx tanto como siempre, o quizás incluso más aún, impelidos por la vida que nos rodea. Pero creo que es tiempo, también, de que estas propuestas sean adaptadas al momento y circunstancias en que estamos.

Por eso, en breve, anunciaré una nueva propuesta de trabajo e investigación personal, adaptada y adaptable a este momento, y que espero podáis incluir en vuestro camino. Será, por supuesto, una propuesta que integrará nuestro ser artístico con la autoobservación, el trabajo emocional y corporal, todo ello bajo un marco gestáltico.

Además, y si las condiciones lo permiten, este año repetiremos nuestra tan preciada estancia en la Isla de San Simón, dentro del programa Camino a la Isla Interior, un espacio privilegiado para cuidar nuestro alma.

Permaneced atentxs. Nos vemos en el camino.

domingo, 28 de junio de 2020

El Orgullo


El orgullo es una pasión. Como todas las pasiones, el orgullo nos lleva a desconectar de nosotrxs mismxs. El orgullo, en concreto, nos lleva a desconectar de nuestra necesidad, en la falsa creencia de que somos tan abundantes, que no necesitamos nada. Nos convertimos, orgullosamente, en proveedorxs, en dadorxs de un (falso) amor sin límites.

El orgullo es una pasión. Según los primeros cristianos, dentro de la lista de los Pecados Capitales, el orgullo ocupaba el primer lugar. Por delante de la Ira, de la Pereza, de la Envidia o la Avaricia, de la Lujuria, de la Gula, está el Orgullo. El pecado más capital de todos los pecados. Nada menos. ¿Por qué, ésto así? Porque el orgullo supone una imagen tan engrandecida de unx mismx, que me lleva a ponerme por encima de Dios. En nombre del amor, adquiero un tamaño desmedido, hasta el punto de creer que puedo enmendar a la misma naturaleza, a la creación. Me creo, por orgullo, más grande que la vida.

Para mí, el pecado en el orgullo es la ceguera que lo acompaña. Como el resto de los pecados, cuando el orgullo se aposenta sobre nuestros hombros, lo tiñe todo de un mismo color. Puede que el color sea tan rosa, tan agradable, que no queramos ver la vida de otro color. Es, probablemente, uno de los pecados más seductores. ¿Qué hay de malo, en vivir la vida desde el amor? ¿En esta generosidad inmensa que me hace creer que puedo darte todo aquello que necesites, y aún más? Pero el caso es que nos perdemos el resto de colores del camino. Nos perdemos la vida. La ceguera supone enfocar nuestra vida en un sólo aspecto, y el del orgullo es el del AMOR. O, mejor dicho, el "falso amor".

¿Por qué, "falso amor"? Éste fue el nombre con que Óscar Ichazo, re-introductor de la sabiduría del eneagrama en Occidente tras la desaparición de Gurdjieff, se refirió a la fijación del carácter orgulloso. El orgullo basa su pasión en el amor, y en la creencia de que en su nombre, todo es posible. Pero en el fondo, se olvida de sí mismo. Te doy amor olvidándome de mi necesidad de amor, de mi carencia y de la herida que me acompaña. Te doy amor porque sé que es lo que más importa en esta vida y porque así tengo un sitio en el mundo. Te doy amor olvidándome de ti, de lo que necesites, que yo ya lo sé por ti. Te doy amor fagocitándote. Te doy amor porque tengo tal necesidad de amor, yo mismx, que me resulta imposible pedirlo, señalar mi mayor vulnerabilidad. Así, me quedo ciegx a mi necesidad de amor, y la compenso de manera compulsiva regalándolo por el mundo. Por eso es falso, este amor. Porque es utilitario, porque sirve al propósito de mantener engrandecido tu ego y ciega tu necesidad.

Según la Abuela Margarita, chamana mexicana de Tapalpa, pecado es todo aquello que haces cuando no lo quieres hacer. Es una traición a ti mismx. En el orgullo, nos traicionamos cegando nuestra necesidad, nuestra inseguridad, nuestra propia precariedad. Especialmente, nuestra sed de amor. Orgullosamente, vamos repartiendo amor por el mundo, cubriendo necesidades ajenas, dejando la nuestra permanentemente insatisfecha. ¿Qué mayor pecado podría haber?


El orgullo es una pasión, y la pasión, una inflamación. Se inflama el corazón, volviéndose más grande de su tamaño habitual. Engrandecido, mi corazón desconoce su necesidad. Engrandecido, mi corazón asume una posición de poder que acaba aplastando cualquier oposición. Eso sí, con una hermosa sonrisa en los labios, con un falso corazón en la mano. Engrandecido, mi corazón devora lo que le rodea, como la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas. Si te opones a mi reinado de (falso)amor, te corto la cabeza.


¿Cómo entender esta pasión, y así, trascenderla? Como sugieren Guillermo Borja o Claudio Naranjo: entrando de cabeza en su locura. Decía Guillermo Borja, "la locura lo cura", probablemente la frase más terapéutica que jamás se ha dicho (a la altura, quizás, de "todo está bien" y "todo es mentira"). Así, entrar en la locura que supone el orgullo es un camino hacia nuestra salud. ¿Cuál es esta locura? La locura del amor. Empezar, pues, a dar todo ese amor que derrochas por el mundo, en otro lugar. ¿Adivinas dónde?

Y así, comienza el camino de la compasión. No me cansaré de repetir la definición que aprendí del maestro Javier Ochaíta sobre qué es la compasión: "acompañar la pasión del otro" y de unx mismx, por supuesto. Es imposible acompañar a otrx si antes no te acompañas tú. Al mismo tiempo, en la generosidad que tiene la vida, acompañar la pasión de otro te ayuda a acompañar la propia. Desarrollar la compasión es desarrollar el verdadero amor, el amor por ti y por tu herida. Desarrollar la mirada amorosa hacia dentro.

El orgullo es una pasión y, como todas las pasiones, también tiene una cara amable. Es paradójico que un pecado centrado en la idea del amor, resulte algo tan nocivo y destructivo, al punto de llegarse a decir que el carácter orgulloso no tiene cura en psicoterapia. No creo que sea así. Quizás, coincidiendo con las palabras de Claudio Naranjo, la gran dificultad del orgullo sea darse cuenta de su patología y, por tanto, llegar a terapia. Pero, en sí, todos los pecados son igual de ciegos.

La cara amable del orgullo es el amor. Matizando, diría que es el Amor Propio, el amor que tienes por ti mismx, poniendo en valor toda tu grandeza, amando al tiempo toda tu pobreza. Estar orgullosx de ti, de ser quien eres y amar cómo eres. Valorar dónde estás, cómo has llegado aquí. Tu esfuerzo, tu camino. Empezar a quererte, slogan publicitario que se trasciende cuando empiezas a mirarte y a atenderte.

Tal día como hoy, en el Stonewall Inn de Nueva York, comenzó una revolución de amor. Comenzó con una revuelta, con pelea, ira y frustración, nacida del "ya basta", de la represión y del acoso y abuso continuo que la comunidad LGTBI venía sufriendo de la policía de la ciudad. Fue la revolución de los marginados más allá de los marginados, de los olvidados, de los tachados. A partir de ahí, su movimiento ha sido constante e imparable, como cualquier reivindicación de derechos, ya que los derechos humanos son inalienables, por mucho que otros colectivos los quieran aplastar, dominar, politizar o mercantilizar.




El primer "Orgullo" fue una revuelta, se dice. Y lo sigue siendo. Una revuelta de amor hacia dentro, un "ahora me quiero yo", ya que el mundo parece que no te quiere (y quizás, ni sea necesario que te quiera). Lo importante es que ya te quieres tú. Y que de tu amor propio nace el amor universal, la compasión que redime todos los pecados. El "verdadero amor".





Curioso que la reivindicación del amor diverso (que no es otra cosa que la reivindicación del amor propio, personal, de cómo TÚ entiendes el amor desde tu individualidad), se llame Orgullo. ¿De qué se podría estar más orgullosx que de ser como unx es?



Y tú, ¿de qué estás orgullosx?

lunes, 1 de junio de 2020

El Camino de los Sueños



¿Cuál es la frontera entre la realidad y el sueño? ¿Entre estar despierto y soñar? El cerebro, mientras sueña, no distingue entre ficción y realidad. Quizás sea ésta la más bella metáfora de lo importante que son los sueños para nuestras vidas: que nuestro cerebro los cree reales.

Hoy comienza su camino hacia la Tierra de los Sueños el Maestro Pedro de Casso. Toda una referencia en el campo de la terapia, de la terapia gestalt. Se van los grandes. Me gustaría que estas letras sirvan de emocionado homenaje al que tuve por Maestro y que, en su momento, me acompañó también en el Camino de los Sueños.

En la terapia gestalt, los sueños se trabajan sin interpretaciones. Son un camino directo hacia el inconsciente y, por lo tanto, una experiencia única e individual. No quiere esto decir que nos desentendamos del lenguaje simbólico o incluso premonitorio, sino que se atienden los sueños como una experiencia preciosa para ahondar en el camino personal. Se entiende que todo aquello que aparece en nuestro sueño forma parte de nosotrxs. Esto es: cualquier elemento (personas, animales, objetos...) que aparezca en el sueño, es un reflejo de nosotrxs mismxs y lo que nos pasa en nuestro momento actual. Me parece, por cierto, algo imprescindible, si queremos recuperar todo aquello que escindimos de nuestra personalidad. Nada mejor para apreciar lo que no queremos ver o reconocer, que observarlo como algo ajeno en un sueño, y caminar hasta reapropiarte de ello.

Trabajamos los sueños, además, en momento presente. Aquí y ahora. Es importante para hacer consciente el mensaje que nos trae el sueño, el actualizarlo, y no vivirlo como algo ya pasado. Lo pasado ya no está vivo, y el sueño (especialmente si se repite en el tiempo) sí lo está. Es tu mente, que te llama desde el inconsciente. Por eso importa la narración en presente. Lo volvemos a vivir, lo actuamos y, entonces, podemos entender.


Desde mi propia experiencia, comenzar a caminar por el mundo de los sueños es como hacerlo por el Valle de las Sombras. En cierto sentido, parece una experiencia irreal, que va ganando realidad en la medida en que vives cada uno de los elementos del sueño. En cierto sentido, es como tocar con las partes muertas que tengo y que llevo conmigo, sin darme ni cuenta. Es, por supuesto, entrar en el terreno de la Sombra, ya que se trata de iluminar todo aquello que escondemos incluso de nosotrxs mismxs. Let light shine out darkness, decía Pablo de Tarso en su epístola a los Corintios. La luz que ilumina nuestra oscuridad es la luz de la conciencia. Y así, nuestro ser se completa.

Quizás os preguntéis por qué tanto hablar de sueños, en este homenaje a Pedro de Casso. Así fue como conocí a este gran terapeuta, en un taller de formación de terapia gestalt, un taller dedicado a los sueños, y al que acudí preso del miedo.

Recuerdo que había pasado la noche anterior soñando. Mi recuerdo es que estuve toda la noche soñando el mismo sueño, de modo intermitente. Fue un sueño angustioso, por supuesto, y me desperté agotado. En el sueño, yo estaba en un taller de formación como terapeuta (mi sensación es que, durante la noche, el sueño había durado todo el taller) y a él asistían también mis padres. Fue todo un proceso, duro y extenuante, pero al que no alcanzaba a poner significado concreto. Sólo sentía dolor.

Como digo, coincidía que teníamos taller de sueños con Pedro de Casso y, obviamente, me ofrecí voluntario para trabajar este sueño. No diré aquí cómo fue el proceso, pero sí que, como el sueño, fue largo y extenuante, y en él pude reconocer mis rémoras. Fue el primer momento en que me di cuenta de cómo me parasito a mí mismo. De cómo, como diría mi profesor Dani Salgado, un hombre se roba a sí mismo la energía, para así tener la excusa perfecta de no actuar.

Como siempre en gestalt, la salida es a través del pozo, siempre por abajo. Es el regalo que nos ofrece la experiencia dolorosa: su salida es a través de la ternura. Así, tras poder entender y poner conciencia a mi proceso de auto-sabotaje, basado en un miedo tan irracional como auténtico a no tener nada mejor a que agarrarme (recuerda: el cerebro cree real lo que piensa), comenzó el proceso de liberación, donde sentí, quizás por primera vez en mucho tiempo, un primer aire de verdadera libertad.


La libertad no es otra cosa que la capacidad de elección. El poner conciencia en qué quiero o puedo elegir, dada una cierta circunstancia. Por eso es importante ver cómo me estoy impidiendo ser libre. Cuáles son los mecanismos que utilizo sin cuestionarme siquiera y que me hacen creer que no tengo otra posibilidad, otra elección, cayendo siempre en la misma piedra, una y otra vez.

Pedro de Casso me acompañó en ese primer sabor de libertad. Fue, también, el primer paso del niño eterno al hombre: un paso de madurez. Recuerdo lo imposible que me parecía su fuerza (física y emocional), contenida en un cuerpo tan enjuto. Pero ahí estaba, una fuerza que brotaba de la conexión consigo mismo, con el amor a su trabajo, con la compasión de acompañar los caminos de los demás.

Hoy Pedro camina ya por la senda de los sueños. Aquellos que alimentan a la Humanidad, para seguir en la vida, en la esperanza. Pedro fue, para mí, un Maestro en la Esperanza y en la Libertad.

Nos queda, a los que seguimos en esta senda, rendirle tributo a través de su ejemplo.


Buen viaje, Maestro.

domingo, 3 de mayo de 2020

El Viajero del Desierto



Soy un viajero en el desierto. No es algo nuevo para mí, innumerables han sido los desiertos que he recorrido durante este trayecto llamado vida.

El desierto es, en principio y necesariamente, muerte. Sí, no te lleves a engaño. Lo primero es aceptar que el desierto es un lugar de muerte, donde es necesario que algo muera, que algo sucumba a sus extremas condiciones.

El desierto no es un lugar amable. Es un espacio de supervivencia, donde se ponen a prueba todos nuestros aspectos, y aquellos que no son esenciales, quedan en el camino. El desierto tiene un gran regalo esperando: te devuelve a tu esencia y ésta sale de las arenas más resplandeciente. Recorrer el desierto es renacer.

Insisto en lo necesario que es reconocer el desierto como un lugar de muerte, para que una vez hayan desaparecido los oropeles con que me adorno, pueda descubrir que el desierto es un lugar de vida. Mis ojos, hasta que no hayan reconocido toda la dureza del camino, no pueden apreciar que al lado de aquella roca hay un arbusto. Que una araña sale de su agujero en las arenas. Que el halcón se eleva en los cielos.

Recorrer el desierto es un camino de muerte y resurrección.

¿Por cuántos desiertos no has caminado tú también? El desierto es, por supuesto, una metáfora. La noche oscura del alma. El momento de enfrentarnos a la muerte y reconocer que, lo que se muere, lo hace porque ya estaba muerto. Porque sobra. El desierto no te da más opciones: si optas por caminarlo, habrás de afrontar la muerte de lo superfluo.

Transito por el camino más árido de manera constante, el camino que me lleva a acompañarme. Éste es, para mí, el camino más árido porque me lleva a centrar mi mirada en mí mismo y no afuera, donde estaba acostumbrado. Porque me impele a cuidarme y a valorarme, antes que buscar el cuidado en lxs demás o la valoración en la mirada ajena. Es la pupila que se encuentra con la pupila, con el propio reflejo (como Perséfone ante la mirada de Hades). La vida que mira a la muerte, allí donde se abre el abismo.

El abismo es el salto al vacío. Es dar el paso hacia lo desconocido, saliendo de la confortable luz de la hoguera y adentrándome en la oscuridad. Al lado de la hoguera, pareciera que todo es luz y confort, pero lo cierto es que el mundo, desde ahí, son sólo sombras deformadas por las llamas. Son las sombras de la caverna de Platón, que nos hacen creer que eso es la vida. Es una mentira, o al menos, no toda la verdad. Así pues, el niño ha de levantarse sobre sus propios pies e iniciar el camino. Hacia lo desconocido. Hacia la oscuridad. Hacia la vida.


Es, por supuesto, el camino que lleva de mamá a papá. El camino desde el cobijo uterino a la salida a la vida. Al ahí fuera.

Para recorrerlo es necesario tomar la mano del padre. Entiende, por favor, que las palabras son sólo símbolos, que el "padre" no tiene que ser necesariamente tu padre biológico (ni, por supuesto, ni siquiera alguien de sexo masculino). Aunque en la mayoría de los casos, así coincida. El "padre" es la energía que acompaña y completa a la de la "madre". Ambas son parte del ciclo vital: necesidad y satisfacción. Sin ellas no existiría la vida y, por tanto, es necesario su correcto desarrollo para vivir (algo distinto de sobrevivir). La función materna es aquella que nos enseña cuál es nuestra necesidad, qué es lo que necesitamos (comida, bebida, descanso, afecto). La función paterna de la vida es la que nos ayuda a conseguir aquello que necesitamos (y por tanto, nos energetiza para poder ir hacia ello). Así, el "padre" y la "madre" son imprescindibles para madurar. Y son algo que todxs llevamos dentro.

Pelearnos con nuestro padre o nuestra madre biográficos (o aquellxs que hayan ejercido esta función en nuestra vida) dificulta enormemente el correcto desarrollo de estos impulsos, como saben perfectamente quienes estudian las Constelaciones Familiares. Y es en la terapia donde aprendo a deshacer esta pelea, a reconciliarme con mis propios impulsos y, por ende, con mis propios padres.

La pelea, por supuesto, es inevitable. Nadie ha sido querido con todo el amor y atención que necesitaba en su infancia. Nadie ha sido cuidado en todos y cada uno de los aspectos que consideraba urgentes, imperiosos. Esto, para los padres, es completamente imposible. Primero, porque no sabemos al completo las necesidades de nuestrxs hijxs. Es imposible satisfacer al 100% las necesidades de otrx, aunque sea tu vínculo más íntimo. Además, porque los padres también tenemos una vida y unas necesidades propias y, más aún, nuestra propia neurosis, que nos hace ciegxs, en parte, a poder ver a lxs demás.


Por eso, padre, madre: relájate. El mayor regalo que le puedes hacer a tu hijx es tu autoconocimiento. Saber de dónde viene tu herida y cómo haces para dejarla abierta a día de hoy te permitirá acompañar su crecimiento de una manera más despierta, atenta. Nada será perfecto pero, ¿para qué habría de serlo? Qué aburrida sería una vida sin imperfecciones.

Para sobrevivir en un mundo neurótico es necesario que lxs que a él llegamos seamos, también, neuróticos. Y la neurosis es siempre, una herida de amor. Una herida de falta de amor. De haber sentido que no hubo, para nosotrxs, suficiente amor para confiar en la vida. Nos volvimos necesariamente ciegxs a nuestro propio dolor. Aprendimos a sobrevivir. Es el momento en que comenzó nuestro camino por el desierto.

Esto no quiere decir que no haya habido amor y cuidado. Lo ha habido. Al menos, el suficiente para poder haber llegado hasta aquí, ahora, donde estás.

Es necesario tener este conocimiento para poder ir dejando la pelea con lo que no hubo e ir comenzando a agradecer lo que sí hubo. Rendirse ante la vida, con agradecimiento.

La vida no existe si no hay gratitud.


Por esto escribo este artículo, hoy, en la celebración del Día de la Madre.

Si bien me encuentro de nuevo caminando en el desierto, en el desierto del duelo en este caso, lo recorro con una infinita gratitud. Si algo me ha enseñado mi madre es la Vida. Es su gran regalo, su presente para mí. Y aunque a veces me inunde la desesperanza y me quede ciego ante la luz, no pudiendo ver más que oscuridad a mi alrededor, en seguida acude a mí la voz de la vida, la voz de mi madre, que me llama a continuar, a seguir viviendo, a aprovechar el regalo que me hizo, a agradecerlo.

No tengo duda de que este no será mi último desierto. Otros se abrirán a mi paso, invitándome a un  nuevo camino, a un nuevo conocimiento. Pero ahora ya sé que en el desierto, también hay vida.


martes, 31 de marzo de 2020

Obsolescencia programada



Decir que estamos viviendo tiempos dramáticos es una redundancia. A día de hoy, todxs somos conscientes de la magnitud de las circunstancias que nos rodean, incluso si utilizamos esta información para negarla o discutirla.

La pelea, en fin, no es más que un reflejo de la fase de negación, una fase natural en el proceso de asunción del drama que vivimos, y en la que se manifiesta nuestra dificultad para aceptar el dolor, la rabia, el miedo... cual sea la dificultad que tenemos para digerir aquello que nos afecta profundamente.

Poder ser conscientes de nuestra dificultad nos ayuda a traspasarla, o al menos a dedicar la energía que estamos invistiendo en mantener la pelea y la negación, en algo más productivo para nosotrxs. Personalmente, cuando me descubro en pelea con algún asunto en el que me encuentro atascado, me sirve el verme desde fuera, practicar la compasión para conmigo mismo, repetirme "también esto, pasará". Poder ver que mi pelea no es más que un empecinamiento en no aceptar lo que hay, por muy desagradable que ésto me pueda resultar, me ayuda, precisamente, a abrirme a esa aceptación.

Poc a poc, como dicen.

El estado de confinamiento nos pone delante muchas cuestiones que probablemente llevemos tiempo demorando en afrontar: la convivencia, la relación con el/la otrx, lo superfluo de nuestra actividad cotidiana, con qué y cómo llenamos nuestro tiempo, qué es lo verdaderamente importante... y, en especial, el contacto interno, el contacto con unx mismx, en todas sus dimensiones.

Desde mi particular punto de vista, entiendo este momento como el reflejo de una profunda crisis que tiene dos grandes ramas: la personal y la social. Dos dimensiones que no difieren, que nacen del mismo punto (ya que la sociedad enferma la constituyen individuos enfermos); y que se retroalimentan entre sí (ya que la sociedad enferma necesita, para poder continuar, de la creación de nuevos individuos enfermos). Ningún aspecto puede existir sin el otro.

La enfermedad de la sociedad es, por supuesto, la neurosis. Nuestra dificultad para estar en contacto con la realidad, que nace de nuestra herida caracterial y ante la que construimos tan fuertes defensas que nos vamos alejando, poco a poco, de nuestra verdadera esencia, de nuestra naturaleza, para convertirnos en meras imágenes de nosotros mismos.

Del mismo modo, la sociedad ha perdido su "humanidad": su contacto con la naturaleza y sus ciclos, con las necesidades básicas y la trascendencia del ciclo vital, su empatía con el entorno, que ahora no es más que un bien de consumo más.

La paradoja es que el camino de vuelta comienza, precisamente, en el reconocimiento de esa imagen, de ese "personaje" que nos hemos construido para sobrevivir. El camino que nos lleva pues, de sobrevivir a vivir.

Ese "camino de vuelta" es lo que nos sana de nuestra locura y nos permite, curiosamente, ser "más humanos". Atendernos, observarnos, conocernos, enfocar nuestros puntos ciegos: allí donde habita la neurosis, cómo la alimentamos y hacemos que sobreviva, aún a pesar de consumirnos en el empeño... La conciencia, en fin, es el camino para aflojar esos mecanismos y trascender nuestra propia prisión.

El problema es que vivimos la neurosis como algo "normal", ya que todos la padecemos, en mayor o menor medida, y la propia sociedad es tan neurótica como el que más. Como tal, la sociedad es un ente, un organismo que busca su supervivencia. Del mismo modo que nuestro ego particular, la sociedad tiene también el suyo, y éste se fabrica sus propios mecanismos para asegurar su permanencia, de ahí la necesidad de que sus miembros sean pues, también neuróticos. Suma y sigue.


Finalmente, todo organismo enfermo acaba manifestando algún tipo de síntoma que, si no se atiende, puede acabar degenerando en algo más grave, incluso mortal. Nuestra sociedad patriarcal, consumista, embebecida del capitalismo liberal, superficial, machista, racista... ha ido manifestando diferentes "síntomas" de su enfermedad: la desigualdad e injusticia social, el clasismo, la violencia y la opresión, la marginación, las guerras... Probablemente, el peor de los síntomas sea el grave desequilibrio ecológico que el ser humano está causando a nuestro entorno. Destruir el ecosistema en que habita un ser vivo sólo tiene una salida posible: la autodestrucción.

Esto me lleva a reflexionar sobre el concepto de obsolescencia programada, concepto propio del capitalismo feroz que nace de la necesidad de continuar consumiendo para mantener el sistema. Por eso, se crean bienes de consumo con fecha de caducidad, de modo que su "vida útil" sea un modo de asegurarnos que el consumidor acabe teniendo la necesidad de reponer, de volver a comprar, el elemento en particular. No se trata de restituir, de reponer. Se trata de seguir comprando.

Sin embargo, con este sistema no hemos hecho más que caer en nuestra propia trampa. La obsolescencia programada no es otra cosa que una imitación de lo que nos ofrece la naturaleza, es decir, del propio ciclo de la vida. Todo lo que nace, tiene un final. Todo lo que nace, ha de morir. También nosotrxs.

Es una metáfora que podemos aplicar a nuestro propio sistema. Del mismo modo que la historia ha visto nacer y caer imperios, la sociedad capitalista moderna ha de tener un final, por mucho que hayamos conseguido prolongar su vida, no caigamos en la creencia de que ésto sería un ad infinitum. Todo lo que nace, tiene un final, ¿recuerdas? Nuestra sociedad también, y es preciso que así sea, si queremos sobrevivir como especie. El problema es que, la mayoría de los finales, suelen ser dramáticos. Como decía la película, "más dura será la caída".

No podemos continuar así, es algo que repiten filósofxs, científicxs, artistas, pensadorxs, sociólogxs... y hasta algunxs políticxs. No podemos continuar viviendo el mundo como un bien de consumo. Quizás por eso, es precisamente en estos tiempos que vivimos un capitalismo más exacerbado, más voraz que nunca, con líderes mundiales que reflejan, en su mediocridad personal, nuestra profunda crisis humana.

Decía Claudio Naranjo que "así como un proceso de curación natural puede ocurrir en los organismos, este proceso también puede ocurrir en la sociedad. Sería algo como el colapso de un sistema enfermo y disfuncional, un colapso que parece ser una ruina pero en realidad es nuestra esperanza." Retomo esta frase, que tanto está circulando estos días, como reflejo de un pensamiento común: que la pandemia que estamos viviendo tiene una función, crítica y dramática, para ponernos en frente todo lo que estamos haciendo mal como especie, como sociedad, pero también una posible salida a toda esta locura.


Por un lado, nos enfrentamos a la tragedia de la enfermedad, al colapso, a las muertes ingentes que acaban convertidas en cifras de pantalla, pero que no dejan de ser vidas humanas, cuya pérdida afecta a otras vidas humanas, a sus relaciones y vínculos, y por tanto, a toda la sociedad. Es la parte más cruel y sobrecogedora.

Por otro lado, no deja de ser paradójico que, para prevenir la propia enfermedad, hayamos de confinarnos, de recluirnos en nuestros hogares, de replegarnos, en un acto de cuidado. De repente, resulta que para salir de todo esto, el ser humano ha de volver a sí mismo, a mirarse, a ir hacia dentro y darse la posibilidad de observar todo lo que no funciona.

Es, como toda crisis, una oportunidad.


La cuestión es, ¿seremos capaces de afrontar lo que viene desde un lugar maduro y sereno? ¿O seguiremos en la postura infantil e inmadura creyendo que el mundo es eterno y todo lo que en él existe es nuestro?

Hay un momento en que la teta, sencillamente, deja de dar leche.


miércoles, 18 de marzo de 2020

Atención durante el estado de alarma



La atención psicológica y la terapia personal son aspectos básicos de nuestra salud, tanto como la atención a cualquier síntoma, enfermedad o trastorno físico. Por ello, es importante que, durante este período de confinamiento, prestes especial atención a tu estado emocional.

En este tiempo, sólo los espacios sanitarios y de psicología clínica tienen permiso gubernamental para permanecer abiertos a la atención pública a día de hoy, y por lo tanto los demás profesionales estamos en la obligación de prestar nuestros servicios por vía telefónica o telemática.

No dudes en solicitar atención y/o acompañamiento terapéutico, en la forma que más estimes conveniente, durante estos difíciles momentos. Tu salud es lo primero, porque tu salud es nuestra salud.

Son tiempos de aislamiento obligado, y de contacto obligado, si tu aislamiento es en comunidad. Póntelo fácil.

Mucho ánimo para sostener este periodo.



PD.- Si quieres mantenerte al día de la propuesta de actividades en red de Teatro Emocional, consulta este link.

miércoles, 15 de enero de 2020

¿Y si vuelven las sombras?



Por motivos personales, llevo tiempo caminando por el valle de las sombras. El valle de las sombras es, como la metáfora de la "noche oscura del alma", un lugar simbólico, uno por donde nuestro alma transita en algún punto de nuestro período de duelo. El valle de las sombras es, para mí, un lugar de calma y de paz, que en mis ensueños se me asemeja al corredor que has de atravesar para llegar a las ruinas de la ciudad Petra, en Jordania. Es un valle de dolor, claramente, y donde unx se puede retirar a meditar y reposar, o a dolerse, a llorar, también a lamentarse.

Escribo este artículo desde la conciencia que me aporta estar viviendo en el dolor, en el duelo. Por algún motivo, no se nos permite vivir en el dolor. La sociedad (y, dentro de la misma, lxs propixs terapeutas) no acepta la vivencia del dolor y el respeto a su tiempo. A su debido tiempo, como se decía antes. El debido tiempo es el "tiempo debido" para poder transitar el dolor en su magnitud, en su realidad, de verdad. La sociedad nos impone un positivismo que raya en la paranoia, invitándonos a ser como barbies con la sonrisa pintada de manera eterna. Refleja nuestra realidad para sostener el dolor, para reconocerlo y para darle su debido espacio, su debido tiempo. Hemos perdido la naturalidad de vivir el dolor que todavía conservan en ciertas culturas más cercanas a la tierra, a la naturaleza. Lo nuestro es todo impostura.

Dentro de esta impostura, creyendo que lo hacemos "por el bien" del otrx, hacemos gracias, nos inventamos planes divertidos, invitamos a ver el lado positivo de la vida, olvidando el lugar en el que está la persona que se duele (que ya ha de transitar con su propia dificultad para poder estar y permanecer en su dolor, sin distraerse, sin desconectarse, sin endurecerse... o sí). No escuchamos al otrx, no lo vemos, tan sólo vemos, nuestra propia dificultad para vivir el dolor.


Lxs mismxs terapeutas (seres humanos, al fin y al cabo), resonando con su propia dificultad para sostener su dolor (y digo bien, su dolor, no es el nuestro el que les duele: es el propio, proyectado, resonado), nos invitan, sin duda desde un lugar de cariño y con la intención de cuidado, a ver lo positivo que  existe en nuestra vida, como si el dolor tuviera la equívoca capacidad de ocultar lo bueno de la vida, cuando no es así.

No me malinterpretes. Obviamente es labor del terapeuta señalar lo que queda oculto a los ojos de su paciente y, si éstx está en una situación de negación, de oscurantismo, de sufrimiento, sin poder ver la luz que le rodea. Es imperativo terapéutico hacer consciente lo olvidado, completar la naranja.
No digo esto. El dolor y el sufrimiento no son lo mismo. El sufrimiento, como señalaba Claudio Naranjo, "necesita espectadores", es decir, hay un uso del dolor en el sufriente, que beneficia a su ego. Por otro lado, la depresión tiene que ver con una lucha descomunal contra el dolor, que nos acaba dejando agotados, sin energía ni ganas de vivir (y dicho esto, de una manera tremendamente simplista, sólo desde el matiz que tiene que ver con el dolor y sin tener en cuenta los que tienen que ver con el disfrute y la capacidad de gozo; con el cansancio y agotamiento de vivir una vida dedicada al sobreesfuerzo, etc.).


Vivir el dolor es otra cosa. Es aceptar el momento en el que estás, y que éste, duele. El dolor tiene una energía muy característica, te invita a ir hacia dentro, a recogerte como un caracol, a lamerte las heridas, posibilitando así su curación. Cuando trabajo el dolor, como emoción, en mis talleres de Teatro Emocional, siempre utilizo la metáfora del dolor físico, que creo ayuda a entender el movimiento reflejo y saludable que podemos atender en momentos de dolor: si yo me corto, mi sistema nervioso informa inmediatamente al cerebro, de modo que éste ordena el movimiento reflejo de retirar el miembro de la fuente posible de daño (evitando así que éste pueda ser peor), iniciando un "movimiento de repliegue" que me ayuda tanto a alejarme de la fuente de daño como a iniciar los posibles cuidados de la herida. Con el dolor emocional, lo mismo. Si yo cuido y atiendo el corte, éste puede curarse. Si no lo hago, seguirá sangrando y puede que hasta se infecte. Con el dolor emocional, lo mismo.

Y todo esto, que queda tan bonito dicho y leído, ¿para qué? Quiero decir que hay momentos en que vuelven las sombras y el tránsito por el dolor se hace, prácticamente, insoportable. Momentos de desesperación, de falta de referencia, de pérdida, de tropezar (otra vez) en la misma piedra...

¿Qué puedo hacer, cuando vuelven las sombras?



Es cierto que la sombras, como las piedras en el camino, vuelven para ayudarme a darme cuenta de que sigo haciendo lo mismo, aunque yo creía que las cosas habían cambiado ya, que ya había aprendido la lección, que estaba en otro punto... qué va, la vida es tan puñeteramente generosa que una y otra vez te dará en las narices con tu mierda. Perdón por la claridad. La mierda es el hábito, neurótico y egoico, de entender la realidad de una única manera: nuestra defensa ante la vida que se nos hizo insostenible en su momento. Y ahí andamos. De nuevo, tras dar una vuelta, otra vez en el mismo punto ciego de siempre. Quizás un poco diferente. Pero igual de doloroso. O no, quizás todavía más doloroso, porque, encima, ahora me entero de que me duele.

No pretendo aportar soluciones a este punto sombrío con este artículo. Pretendo no más recordar que todxs estamos, hemos estado, estaremos... otra vez, ahí. Que no hay más que sostener, ni mirar arriba ni abajo, ni enfocarte en la luz ni en la oscuridad, sino en el momento presente: en tu dolor. Que es legítimo, personal, único, intransferible, y absolutamente digno.

Me gustaría, cuando camino por este valle de las sombras, no desviarme de mi dolor. Pero no puedo. Soy humano, también, y no estoy educado/acostumbrado a vivir en el dolor. Claro que hay dolores y dolores, los hay que tienen una magnitud tal que no te permiten ni desviarte un ápice. Me gustaría disfrutar (sí, disfrutar) de la calma que me ofrece este camino. Pero es que duele. Y uno tiene su tolerancia (ejercitada, disciplinada, atenta, pero con límite).


Por eso, quizás, la pregunta del título de este artículo está mal enunciada y, en vez de decir "¿Y si vuelven las sombras?" debería decir "¿Y cuando vuelvan las sombras?", aceptando la conciencia de su presencia y de que, indefectiblemente, antes o después volverán. Así pues, repliégate, duélete, atiéndete, cúrate, permítete. Tienes derecho, también, a las sombras.