"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

lunes, 31 de diciembre de 2018

Por un año lleno de Emoción



Se va 2018, y al cerrar el año podemos aprovechar para echar la vista atrás y revisar cómo ha sido. Qué ha habido, qué ha faltado. Qué ha sobrado, qué ha habido en exceso. Qué he necesitado y todavía no ha llegado, qué sí ha llegado (y quizás ni me he dado cuenta). Qué he hecho para estar como estoy, qué he hecho para no estar como quiero estar. En qué me he esforzado y en qué no. Cuál ha sido mi parte en todo lo que he vivido, en qué me quiero enfocar a partir de ahora. En qué he empleado el tiempo que me ha sido dado.

Una puerta se cierra, y otra se abre. Sólo de ti depende el camino que quieras tomar.

Con el año nuevo se suelen hacer listas de deseos y, aunque no está de más recordar que antes que el deseo está la necesidad, me gustaría aquí hacer mi propia lista:

Amor
Paz
Salud
Concordia
Amistad
Fraternidad
Hermanamiento
Abundancia
Cultura
Emoción

Por un año en que nuestras diferencias nos ayuden a encontrarnos.

Feliz 2019

jueves, 20 de diciembre de 2018

La Isla Interior

Este año, entre el 10 y el 12 de mayo, tendré el gusto de participar de un proyecto muy interesante y enmarcado en un lugar inmejorable: La Isla Interior en la Illa de San Simón, ría de Pontevedra.

La organización ha tenido la gentileza de invitar a Teatro Emocional para dos talleres dentro de este fin de semana dedicado a la reflexión, al cuidado y al autoconocimiento, acompañando otras disciplinas como el yoga, la meditación, la comida sana o el ejercicio personalizado.

Aquí podéis visitar el proyecto y reservar vuestra plaza (quedan ya muy pocas).

Y aquí, podéis ver el vídeo promocional de esta edición:




Para esta ocasión, hay propuestos dos talleres diferentes y complementarios:

Las Emociones Básicas

Un espacio donde explorar mi relación con la emoción y su expresión, entendiendo que la salud está en la expresión y no en la represión de la emoción. Trabajaremos con 6 emociones básicas: Rabia, Dolor, Ternura, Miedo, Alegría y Erotismo.

Mi Personaje Interior

Un viaje hacia la esencia de unx mismx, una invitación a contactar con aquello que muchas veces guardamos en nuestro interior, mientras que cara al exterior mostramos un "personaje" adaptado a las circunstancias.

Ambos talleres son una propuesta de autoinvestigación a través del teatro y la terapia Gestalt, donde los ejercicios y dinámicas nos ayudan a descubrir información sobre nuestro propio comportamiento y, desde ahí, poder observar si necesitamos cambiar algo en nuestra vida. Es un punto de partida hacia un cambio posible.

Espero y deseo que la propuesta para este año sea del agrado de muchxs y podamos compartir una hermosa e interesante experiencia.

¡Nos vemos en La Isla Interior!

lunes, 5 de noviembre de 2018

El proceso de Apertura



Se dice que todo lo que empieza, tiene un final y, con esta frase, muchas veces tendemos a fijarnos en la última parte, en el final, en el cierre o la despedida, olvidándonos del comienzo. Obviamente el final es un momento importante y a tener en cuenta (algo que, por cierto, ya comenté en el artículo Despedida y Cierre, que puedes visitar aquí), pero si algo hemos de llevar a término, será porque antes lo hemos empezado.

Me gusta pararme en la importancia que damos al final, porque de alguna manera nos señala lo poco que vemos el principio. Igual porque, con el final (de lo que sea: un trabajo, una relación, una vida...) nos vamos de cabeza a la idea de la muerte (y así es, ya que acabar significa morir, en el grado que sea). Una idea densa, profunda, importante, pero que con su omnipresencia parece opacar un tanto lo que allí nos lleva: el nacimiento. Parece que, en cierto modo, lo damos por hecho, y así, le quitamos importancia a algo tan importante como es el nacer: aparecer, llegar, comenzar.

No creo que sea hoy el momento de reflexionar (por falta de espacio, tiempo y conocimiento) sobre todas las implicaciones que tiene nuestro nacimiento y el cómo fue que nacimos en nuestra vida y cómo nos movemos por ella (sin olvidar que antes de nacer, hay un tiempo de gestación y, todavía antes, uno de concepción). Pero igual esta metáfora sí me puede servir para el tema que hoy quiero tratar: la importancia de la Apertura, esto es, de cómo abrir y de cómo abrimos en nuestra vida: una relación, un proyecto, un momento, una conversación, un ciclo de terapia...

Y, sin embargo, nacemos. Y es porque nacemos que estamos aquí y caminamos este camino cada día.

Nacer es abrir, abrirnos a la vida y/o a un nuevo momento de nuestra vida: cambiamos de espacio (útero por mundo exterior), de estado (nonato a nacido), de vivencia (contacto íntimo y permanente con la madre a la experiencia de la soledad y el contacto esporádico)... y crecemos.

Del mismo modo, cada vez que abrimos algo en nuestra vida, nos enfrentamos a un cambio (algo aterrador, como todxs sabemos, y no en vano muchas personas prefieren quedarse como están antes que afrontar la posibilidad de un cambio, aunque éste sea para mejor) y, más allá, a la posibilidad de crecimiento.

De ahí, entiendo que barajar la posibilidad de comenzar un proceso de terapia resulte, para todxs (sin excepción), algo difícil. Comenzar un proceso terapéutico implica un cambio, y uno nada pequeño: mirarse al espejo, de frente, reconocer lo que hay ahí en frente, aunque no guste (y suele ser lo habitual). Asumir la posibilidad de ese cambio es lo que nos ayuda a permanecer en el proceso y a sostener sus dificultades. Darnos cuenta de que necesitamos ese cambio es lo que nos ayuda a comenzarlo, a dar el primer paso. Entender que el cambio no sucede por voluntad, ni por necesidad, si no por proceso de sedimentación, es lo que nos lleva, finalmente, a cambiar ("Tus piernas se harán pesadas y cansadas. Luego vendrá el momento de sentir las alas que has criado", dice Rumi).


Porque, en efecto, así es: el primer paso viene precedido de un empuje, de una necesidad que busca ser satisfecha. Hay algo que nos empuja y nos ayuda, que nos abre el camino para nosotros poder dar ese primer paso. Como en el nacimiento, la fuerza de la vida se abre paso, y el nonato es ayudado por las contracciones, la lubricación y la flexibilidad del canal del parto para poder salir al mundo exterior. Alehop!

Como en cualquier proceso, el proceso terapéutico ha de comenzar por algún lado. De una parte, el/la paciente ha de encontrarse en un momento de crisis. Esto es así, por pura necesidad. Uno busca ayuda cuando se da cuenta de que la necesita. Si no me doy cuenta, o me niego la necesidad de ayuda, de nada servirán cuantas manos aparezcan para ayudarme. Es pues, necesaria la crisis para que el/la paciente pueda encontrar el coraje necesario para sentarse en la consulta y abrir/se el/en canal.

Del otro lado, es necesario que el/la terapeuta esté, también, abiertx. Esto significa abrir la puerta a lo que venga, a lo desconocido y al/la desconocidx. Es necesaria una disposición abierta para que el otro pueda entrar. Si yo, como terapeuta, estoy cerrado a recibir, estoy entretenido en mi propio cuento narcisista, nada nuevo podrá llegar, y el/la paciente no tendrá un lugar donde poder abrirse.

Todo se abre en el primer momento terapéutico: la puerta (para poder entrar físicamente), la consulta (para poder compartirse y relacionarse), la mente (para poder entender y asimilar), las orejas (para poder escuchar), el corazón...

Y es cómo abrimos como se va a definir el devenir de la relación terapéutica. Recuerdo, durante mi formación en Terapia Gestalt, que el maestro Javier Ochaíta nos repetía (e iluminaba) que "la primera frase que suelta el paciente al llegar a la consulta os va a decir cómo va a ser el resto de la terapia". Ahora, puedo entender esta frase algo más de lo que la entendí en su día. No solo porque el/la paciente repetirá, en terapia, una y otra vez su infierno neurótico (como todo mecanismo, se repite en su giro una y otra vez), si no porque nos da toda la información de cómo se abre el proceso y así, de qué es lo que mueve al/la paciente en su vida. Y esto es igual para el terapeuta (que también es paciente en esta relación), ya que su forma de abrir determinará en igual medida el cómo se va a desarrollar el proceso.

Es por esto que se recalca la importancia del encuadre. En las primeras sesiones de terapia, se establece un contrato. El/La terapeuta comparte su manera de trabajar y si se ve o no en disposición de acompañar el proceso de la persona que tiene en frente. Se establece cómo serán las sesiones y, en algunos casos, el número de ellas. Se habla del horario, del lugar, del precio de la sesión. Se establece un marco en el cual poder relacionarse, de igual a igual, cada unx en su lugar, con la mayor claridad posible. Todo lo que quede oculto, sea por no acordarse o por no querer afrontarlo, acabará exigiendo su lugar y, a veces, incluso rematando el proceso terapéutico. Lo que queda oculto se convierte en fantasma y, como todos los fantasmas, si no se le da su sitio, crece hasta ocuparlo todo. Hacerlo de manera clara, con la posibilidad de revisarlo en el momento que sea necesario, facilita que el proceso se sostenga. Porque el pacto está claro.

Y así, comienza el camino.


Volviendo a la metáfora del nacimiento, si para llegar a este mundo tuvimos que abrirnos (y que nos abrieran) camino, y antes, permanecer en el vientre materno un tiempo de gestación, y antes, ser concebidos por la unión de un óvulo y un espermatozoide, igual no sería mala idea llevar el mismo proceso a nuestro modo de abrir. concebir qué y cómo queremos abrir algo, darle tiempo a este proyecto para gestarse e ir conformando los detalles, poner el esfuerzo y la intención en llegar al mundo, y finalmente (aunque suene paradójico) comenzar.

Este proceso puede tomar unos segundos o toda una vida, pero al fin, cada unx decide cómo quiere abrir, comenzar, empezar. Igual algunx se puede entretener con dudas o juicios del tipo "¿será éste el modo correcto?", "¿lo estaré haciendo bien?", "necesito meditarlo más"... que no son más que signos de nuestra resistencia a esa apertura. Lo importante no es hacerlo bien, es hacerlo con conciencia.

Y es que, en fin, toda apertura es ya en sí, un proceso de cambio. Dejamos atrás lo conocido, lo confortablemente conocido, y miramos más allá. Una puerta que se abre deja dentro de sí un espacio vacío, donde tiene cabida algo nuevo, algo que no podía entrar cuando el espacio estaba cerrado. Al abrirme, muestro mi propia desnudez, mis espacios vacíos, mis carencias, mis huecos, y también aquello que está disponible para ser compartido, para aprender algo nuevo, para crecer.

Así, te invito a un momento de reflexión: ¿Cómo es que tú abres en tu vida? ¿Cómo es tu forma de abrir y de abrirte? ¿Cómo es tu proceso de apertura?




miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paciente, paciencia



Desde hace tiempo asisto a la vieja polémica que entre los terapeutas aparece a la hora de decidir cómo denominar, de manera genérica, a aquellas personas interesadas en comenzar un proceso terapéutico. Aunque la primera denominación que aparece suele ser la de "paciente", algunos deciden rápidamente desecharla, como si algún prejuicio les invitara a ello. Eligen, entonces, sucedáneos como "cliente", "usuario", etc. que aportan una visión mercantilista o utilitaria de la terapia y que, a mi parecer, menoscaban la profundidad del proceso.

Inevitablemente, llamar "paciente" a aquella persona que se sienta en frente y que acude a la consulta, sitúa al otro en una posición muy determinada. Estamos acostumbrados a que pacientes sean los de los médicos y pareciera que aceptar esta terminología pusiera al terapeuta en una posición
comprometida, con una autoridad que pretendiera rehuir.

Sin embargo, personalmente creo que "paciente" es el término más adecuado para referirnos a la persona que acude a una consulta de psicoterapia. Si atendemos a su significado, "paciente" es aquella persona que es atendida por un profesional de la salud. En este sentido, el término es obviamente adecuado, siempre que nos refiramos al campo de la salud mental y, como terapeutas, observemos todos los postulados profesionales que nos competen.

Este significado nos lleva inequívocamente a la referencia a la enfermedad, campo en el que nuevamente entramos en la polémica, interesada muchas veces. Hay que recordar que, en su etimología, "paciente" viene del latín patis, es decir, padecer. Luego paciente es el que padece, el que sufre de algún modo algo con lo que no está conforme. Para ser paciente es necesario pues, un malestar, un sufrimiento y, por ende, la conciencia de ese sufrir y la necesidad de buscarle remedio. Como un enfermo que acude a la consulta de su médico de cabecera aquejado de cualquier dolor, el paciente de psicoterapia acude a la consulta de un profesional buscando alivio a su sufrimiento. Por tanto, es necesario en el paciente una cierta dosis de conciencia previa a comenzar una terapia. Conciencia puesta en el dolor, en el sufrimiento, en el darse cuenta de que algo, tal y como está, no funciona como la persona desearía.

Aquí entramos en el terreno de la polémica, ya que muchos profesionales de la salud mental no consideran necesario acudir a terapia si no es para atender a un cierto grado de patología. No entrarían en este campo, entonces, la insatisfacción vital, el no saber solucionar determinado conflicto, la conciencia de repetir ciertos comportamientos nocivos una y otra vez... Este tipo de visión reduccionista implica un alto grado de acomodación a la neurosis colectiva en que vivimos sumergidos. Sólo hay que echar un vistazo alrededor para observar que la humanidad, tal y como está, no vive precisamente en un momento de salud mental general. Sobrevivimos, cierto, aún a pesar de sostener, ocultar y hasta fomentar comportamientos dañinos para el individuo y, por supuesto, para la sociedad. En este sentido, si observamos la neurosis general, es inevitable observarnos individualmente como sujetos neuróticos, entendiendo la neurosis como aquel o aquellos comportamientos que me impiden desarrollarme como persona, siendo así mi maduración un proceso incompleto.

Si aceptamos esta definición de neurosis y nos reconocemos personalmente como seres neuróticos, en mayor o menor grado, es claro que podamos llegar a necesitar desarrollar las herramientas necesarias para poder "aliviar" en lo posible el grado de neurosis, y aquí entran, entre otras, las psicoterapias como lugares donde cada cual pueda observar su propio crecimiento y necesidades.

Volviendo a la palabra "paciente", en una segunda acepción, "paciente" es "aquel que tiene paciencia" y aquí de nuevo encuentro perfectamente correcta la aplicación del término pues, una vez damos el paso de asistir a un proceso terapéutico, es necesario que tengamos paciencia, para que el proceso pueda desarrollarse correctamente. La paciencia aquí, aparece como un elemento de cuidado que la persona tiene para consigo misma: si espero resultados inmediatos, el proceso quedará incompleto. Si lo atiendo pacientemente, como al crecimiento de una planta, podré observar su crecimiento y posterior floración. Tal cual.

Sin embargo, no podemos excluirnos del mundo en que vivimos, y uno de los mayores males que aquejan al mundo de hoy es sin duda, el de la inmediatez (o impaciencia). Lo queremos todo, y lo queremos ya. No nos permitimos esperar, cuanto más rápido llegue mi próxima compra de internet, mejor. Cuanto antes pueda comer esta fruta tropical que nace al otro lado del mundo, mejor. Cuanto antes me atienda la cajera, mejor... Y en esta falsa necesidad de inmediatez, nos perdemos. Perdemos la calma, nos enfadamos, perdemos la capacidad de observación, sólo vivimos para conseguir mi objetivo y pasar al siguiente, nos perdemos vivir el momento presente, el único momento que existe, en alas de un momento futuro en que esperamos poder llegar a descansar y obtener la paz que acabamos de vender por no ser capaces de esperar... Nos volvemos infantiles, seres incapaces de sostener la más mínima frustración ante lo que queremos o creemos querer y cuando finalmente lo tenemos, no sostenemos el placer de poder disfrutar aquello por lo que tan rápido luché, lo apartamos y vamos a por una próxima meta. Preferimos sacar una foto antes que sentarnos y observar una puesta de sol.



Afortunadamente, la paciencia es una actitud que se puede entrenar y que, cuanto más se entrena, mejor sabor deja. El simple ejercicio de esperar a que el semáforo se ponga en verde para cruzar nos aporta todo un mundo a nuestra disposición que de otra manera hubiéramos dejado atrás sin contemplaciones, obsesionados en nuestra mirada con orejeras. Entrenar la paciencia es un acto sumamente cuidadoso que podemos tener para con nosotros mismos. Decía San Francisco de Sales, precisamente, "ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo", en un acto de sabiduría que ilumina cuán crueles somos, más que nada, con nosotros mismos. En esta carrera hacia la inmediatez absoluta, el primero que se pierde es el propio individuo.

Observa tus pasos. El camino se abre a tus pies, no hacia la meta. Ten paciencia. Espera, observa y disfruta de tu propio caminar, independientemente de a dónde quieras ir. Los colonos americanos se asombraban ante la infinita paciencia que los indígenas demostraban al esperar ser atendidos en las consultas médicas, ¿por qué? Porque para aquellas tribus el tiempo no tenía la misma importancia que para la cultura invasora. Los colonos, en su cultura occidental, tenían la máxima de "el tiempo es oro", un tiempo a aprovechar marcado por el terrorífico paso hacia la inevitable muerte. Los indígenas, sin embargo, sabedores de ser parte de un mundo mucho más grande, conscientes de su pertenencia al ciclo de la vida y de su insignificancia en un universo del que sin embargo son parte indisoluble, podían esperar todo el tiempo que fuera necesario.



Pregúntate, ¿cuánto tiempo estás tú dispuesta/o a esperar? ¿cuánto eres capaz de esperar? ¿cuál es tu grado de paciencia? Y después, mira si aquello por lo que no estás dispuesta/o a esperar, merece realmente la pena.

No en vano, los primeros cristianos tenían en la Paciencia una de sus más importantes virtudes, y la contraponían al pecado capital de la Ira, no sólo porque los impacientes sufran inevitablemente de un cabreo perpetuo, sino porque el airado es el perfeccionista, el que lo quiere todo, perfecto, inmediato, y que, además, es perfectamente capaz de hacerlo perfecto, incluso mejor que el mismísmo Dios.

En esta enfermedad de la inmediatez, algunos ven en la paciencia un signo de debilidad, re-significando el concepto de paciencia con el de resignación, con el de pasividad, con el que deja que las cosas pasen por delante de sus ojos, sin hacer nada a cambio. Es un concepto interesadamente equivocado, ya que atender al verdadero significado de la paciencia dejaría al impaciente en evidencia. Si no eres capaz de esperar por aquello que necesitas, ¿cuán fuerte eres en realidad? Si te deniegan aquello que necesitas tan rápida y desesperadamente ("el que espera desespera", dicen), ¿qué grado de autonomía tienes?

La paciencia, como dice Mikel Jaso en su artículo "El arte de la paciencia":

"... no es apatía, ni resignación. No es falta de compromiso, porque no es estática: el que espera con calma lo hace activamente, pues la espera activa implica esperanza. Es coraje, pues fija su mirada en el largo plazo. [..] La paciencia es protectora, pues no se ve frustrada por la eventualidad de lo inmediato: nos permite atravesar situaciones adversas sin derrumbarnos. Es fuerza, pues es paciente aquel que ha sido capaz de domesticar sus pasiones. [..] Recapacitar, reorganizar -tanto los tiempos como las prioridades-, reflexionar. [..] Tomarnos un tiempo para observar que algunas cosas pueden esperar sin producir sufrimiento, y aprender a saborear el placer de la espera."


La paciencia, entonces, implica un acto de confianza en la vida que repercute muy positivamente en el que la ejerce. Es la confianza en que la semilla plantada germinará y florecerá, en que el árbol de hoy llegará a dar frutos para nuestros nietos, en que todo llega y, si no llega, tampoco importa tanto pues, mientras espero, estoy vivo.



Así pues, veo perfectamente adecuado utilizar el término paciente para aquellos que tenemos el valor, el coraje y la paciencia de enfrentarnos a un proceso terapéutico (sea el que sea), donde no te vas a encontrar con algo que no sea a ti mismo/a.