"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

domingo, 20 de marzo de 2016

La Función Padre



Durante la pasada festividad del Día del Padre, he estado reflexionando sobre esto que llaman la función padre, sobre su significado e importancia en mi vida y, más allá, sobre su desvirtuación en la sociedad patriarcal contemporánea. Me gustaría aprovechar este artículo para compartir alguna de estas reflexiones.

En España, el Día del Padre se celebra coincidiendo con la festividad católica de San José o, lo que es lo mismo, con el mito del padre en dicha religión. No se trata, ni mucho menos, de una tradición antigua, sino muy reciente: se instaura en España en el año 1953, debido a la demanda popular y el apoyo de diversos centros comerciales. Sin embargo, y para lo que este artículo me ocupa, me interesa continuar con el mito de San José. José, esposo de María y por tanto padre putativo de Jesús de Nazaret.

En el mito, José recibe la visita de un ángel en sueños, que le indica la pureza de María y por tanto que no la repudie en su matrimonio. Por tanto, asume la paternidad de Jesús, convirtiéndose en el padre "humano" del niño, a quien cuida (busca un lugar para su nacimiento, lo lleva a Egipto para escapar de la persecución de Herodes) y educa (le enseña su mismo oficio de artesano), desapareciendo misteriosamente cuando Jesús comienza a tomar su vida pública y adulta. Como padre, José desempeña una función básica y tradicional: asegura la manutención, cuidado y educación del niño. Simbólicamente, además, desaparece cuando el niño deja paso al adulto.


En esencia, podríamos decir que la llamada función padre tiene que ver con la salida al mundo del niño y su posterior relación con él. Por su lado, la función madre tendría que ver con el contacto interno de las propias necesidades. Ambas funciones son indispensables para el correcto funcionamiento en la vida y se van instalando y desarrollando en el niño conforme avanza en sus distintas etapas de crecimiento.

Es inevitable, al hablar de función padre o función madre, que uno piense en sus propios padres y, en efecto, ambas funciones se toman, en un inicio, del ejemplo de nuestros padres o de las personas que hayan ejercido tal función en nuestra vida. Hay familias en las que la ausencia o falta de disponibilidad para ejercer alguna de estas funciones se ve suplida por otra figura y por tanto nuestra referencia materna puede ser más una abuela o nuestra referencia paterna más un tío o amigo cercano de la familia... Además, ambas funciones no son exclusivas de género, y por tanto una mujer podría ejercer el rol paterno y un hombre el materno, en la crianza. Sea como sea, durante nuestra infancia es inevitable que vayamos tomando modelos para ir construyendo ambas funciones, de modo que vamos interiorizando un padre y una madre para nosotros mismos.

Si la función madre es aquella que me pone en contacto con mi mundo interior y, en especial, con mis necesidades (es decir, es una función de cuidado), la función padre es la que me ayuda a satisfacer estas necesidades en el mundo. Por tanto, una función me permite relacionarme conmigo mismo, y la otra, con el otro y lo externo a mí.

El padre, o la persona que ejerza su función durante la crianza, es la persona que viene a romper el vínculo fusional que el niño tiene con la madre durante los primeros meses de vida. Esta función es esencial para que comience el proceso de individuación del niño, para que comience a identificarse como alguien diferente y único dentro de la familia. Simbólicamente, el padre es el que viene a "romper" la cáscara del huevo, permitiendo que lo que había gestado dentro pueda ahora salir al
mundo. En este momento, es esencial que la mirada de la madre hacia el padre sea tal que el niño pueda aprender de ella que éste es una figura de valor dentro de la familia. No en vano se dice que el amor al padre es un amor admirativo.

Salir al mundo es otra de las principales funciones que aprendemos del padre. De niños, observamos y aprendemos de los que nos rodean cómo son las relaciones y las gestiones con el mundo fuera de la familia. En este sentido, el padre tiene la importante función  de aportar seguridad al niño en sus primeros pasos en el mundo, es el sostén y a la vez el ánimo que te invita a caminar y te dice "ve", o lo que es lo mismo: "vive".



En nuestro desarrollo, el crucial momento en que nos soltamos de los brazos de mamá y comenzamos a investigar los que nos rodea, está sostenido por la función padre. Inevitablemente, estos primeros pasos son vacilantes ya que caminamos sobre algo desconocido. Si el padre no está al otro lado, para animarnos y recogernos, el niño guardará una desagradable experiencia de vacío que repetirá cada vez que haya de enfrentarse a algo desconocido en su futuro.

Otra de las grandes funciones del padre es el establecer y mantener unos determinados límites. Los límites son esenciales para la vida y su desarrollo, sin ellos seríamos poco menos que animales temerarios. Nos ayudan a cuidarnos y a establecer relaciones de cuidado y respeto con el otro. Nos ayudan, además, a saber lo que es el "no", es decir, la frustración y su manejo. Por tanto, un límite establecido a su debido tiempo y con amor es un acto de cuidado indispensable.

Claro que no todos los padres están disponibles para ejercer tal papel. Primero, porque todos somos humanos y no somos perfectos, así que será inevitable que nuestros hijos (como nosotros mismos en su momento), generen reproches hacia sus padres, ya que no podremos satisfacer siempre sus demandas. Segundo, porque todos tenemos nuestra propia herida y por tanto ésta acabará apareciendo de alguna u otra manera en la relación y, por tanto, afectando a nuestros hijos. En los casos en los que, además, haya abusos, maltrato, abandono, etc. el modelo paterno que aprende el niño viene marcado inevitablemente.

Como niños, vamos aprendiendo de aquellos que nos rodean, papá y mamá, los primeros. Si el modelo paterno ha sido especialmente dañino, lo más probable es que hayamos buscado referencias en otros lugares: un abuelo, un familiar o amigo cercano, un tutor o profesor... pudiendo por tanto conformar un modelo interno suficientemente bueno como para permitirnos llegar a adultos, y llegar suficientemente sanos.



Llega un momento en nuestra vida en que lo que hemos aprendido y asimilado (y por desgracia, también lo que no ha sido bien digerido) da forma a nuestra guía interna. Por tanto, la función madre nos permitirá ser conscientes de nosotros mismos y nuestras necesidades, y la función padre nos ayudará a satisfacer dichas necesidades y a relacionarnos con el mundo. Esto, hablando de una manera ideal y prototípica pues, dependiendo de cómo hayamos establecido estos modelos, es posible que acabemos jugándolos en nuestra contra, de manera que nos desconectemos de nuestras propias necesidades y nuestras sensaciones internas, o nos desenvolvamos pobremente en el mundo, siendo incapaces de gestionar nuestras necesidades.

Aquí es cuando entra en juego nuestro grado de madurez. Si bien es cierto que los modelos que hemos establecido para nuestra función padre y madre tienen que ver con nuestro padre y nuestra madre, con nuestra relación con ellos e incluso con su relación entre ellos, también lo es que es posible re-establecer dichos modelos atendiendo a sus deficiencias o dificultades: es decir, es posible volver a establecer un padre interno y una madre interna que nos ayuden a cuidarnos mejor y a continuar creciendo.

En mi caso, el triángulo edípico e idealizado en el que me crié no me permitió establecer un modelo de padre interno sano para mí, de modo que mi relación con el mundo y, en particular, la gestión de mis necesidades ha sido en su mayor parte deficiente y deficitaria. Negar la figura del padre, fijarme exclusivamente en lo que no había, no me permitió tomar lo que  había. Esto no quiere decir que no ocurrieran daños ni heridas, sino que les di un lugar tan importante que acabaron ocupándolo todo. En mi proceso terapéutico personal, pude comenzar a tomar conciencia de ello y establecer un modelo más sano para mí, que me permite moverme mejor por la vida y gestionar mis necesidades en el mundo sin rabietas ni enganches. Sorprendentemente, al tiempo que establezco una mejor relación con el mundo, mi relación con mi padre mejora.



¿Y tú? ¿Cómo crees tú que es tu padre interior? ¿Cómo te gustaría que fuera?

4 comentarios:

  1. Estupendo artículo, Iván. Gracias por compartirlo.
    Jesús (lo del entrenador es mi alter ego para los blogs de mis niños)

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  2. Muchas gracias, Jesús! Un abrazo muy fuerte!

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  3. Muy interesante documento Iván, me ha parecido de gran ayuda. Aunque no comprendo todo, si he entendido la necesidad de sanear la imagen del padre, aunque ya estemos viejos jejeje. Gracias.

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    1. Gracias a ti, Alberto, por tu comentario y tu interés. Cualquier duda que quieras comentar, encantado si puedo aclararla.

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