"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

lunes, 23 de septiembre de 2013

¿Terapia Gestalt? ¿Qué es eso?



Existen muchas definiciones sobre qué es la Terapia Gestalt: la terapia del "aquí y ahora", la terapia del "darse cuenta", la terapia del contacto... para los que les interesen las teorías, existen multitud de libros y artículos que tratan de definir esta forma de hacer terapia. Sin embargo, me gustaría aquí hablar de lo que es para mí y de lo que ésta significa en mi vida.

Para mí, la terapia Gestalt es un abrirme, un descubrir lo que llevo dentro (y que siempre he llevado) y un tomar la responsabilidad de ser como soy, esto es: aceptar mi luz y mi sombra.

Desde que descubrí la terapia Gestalt (primero como paciente) mi mundo se ha ido ampliando. Quiero decir que entiendo que las personas vamos por el mundo caminando con anteojeras, con un campo de visión muy limitado (sólo vemos lo que podemos ver). Gracias a la terapia, siento que puedo ir abriendo un poco más cada vez este campo de visión, ya no veo siempre lo mismo. Como el mago Gandalf, puedo arriesgarme y poner un poco más de luz a mi alrededor.

Utilizando la metáfora del creador de la Gestalt, Fritz Perls, esto de ir a terapia es como ir pelando una cebolla: efectivamente, parece que hasta ahora siempre haya vivido en la capa más superficial (una capa estupenda para no darme cuenta a penas de nada y, en mi caso, especialmente ideada para escapar al dolor o, mejor dicho, a la conciencia del dolor). Sesión tras sesión, voy profundizando en estas capas y, como con cualquier cebolla, al pasar de capa a capa hay que soltar bastantes lágrimas. Al menos, así ha sido en mi caso. El corazón de la cebolla aún queda lejos, pero poco a poco me voy sintiendo más cómodo en estas nuevas capas, que en realidad siempre estuvieron ahí, bien guardadas a la vista de los demás.

Claro, para cada uno la terapia Gestalt vendrá a significar algo personal y particular. Para mí lleva asociada una palabra fundamental: desengaño. Y esto es así porque me he dado cuenta de que, hasta ahora, he vivido en un gran engaño (auto-engaño), una película fabulosa en que todo era felicidad y buen rollo. Felicidad aparente, claro, porque nuestro ser interno es sabio y no se deja engañar por la máscara: en el fondo, siempre he sentido el vacío, siempre he tenido la certeza de que la vida no era esto, de que algo falso se estaba colando por alguna parte, sólo que no era capaz de verlo.

Lo falso está en mí. Quiero decir que, para evitar relacionarme con el mundo de una manera verdadera (lo que implica el enorme riesgo de dañar y ser dañado por el otro) aprendí desde muy pequeño a hacerlo trampeando, en un como si de una relación, fingiendo fantásticamente todo el aparato social para que la persona que tengo en frente no se dé cuenta de mi mentira: que lo más importante, mi corazón, está a buen recaudo, escondido en mi interior.

Sin darme cuenta, vivo la realidad desde esta trampa, caminando por la vida de puntillas y, por supuesto, haciendo todo lo posible por mantener vivo este cuento, que nadie me descabalgue de él. Afortunadamente, la Vida es sabia y nos va mandando todas las situaciones que necesitemos para darnos cuenta de que hay algo más. Algunos los llaman crisis. Los chinos, oportunidad.

Quizás sea por ello que, a la hora de ir a terapia, muchos comienzan en pleno periodo de crisis. Así fue en mi caso y hasta ahora, y a pesar de todo el dolor de descubrir estas capas de la cebolla guardadas a buen recaudo y de la dificultad de sostener las emociones que van surgiendo, a día de hoy entiendo que la terapia Gestalt es el mejor camino que he encontrado para volver a la Ciudad Esmeralda, es decir, para volver a mi corazón.