"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paciente, paciencia



Desde hace tiempo asisto a la vieja polémica que entre los terapeutas aparece a la hora de decidir cómo denominar, de manera genérica, a aquellas personas interesadas en comenzar un proceso terapéutico. Aunque la primera denominación que aparece suele ser la de "paciente", algunos deciden rápidamente desecharla, como si algún prejuicio les invitara a ello. Eligen, entonces, sucedáneos como "cliente", "usuario", etc. que aportan una visión mercantilista o utilitaria de la terapia y que, a mi parecer, menoscaban la profundidad del proceso.

Inevitablemente, llamar "paciente" a aquella persona que se sienta en frente y que acude a la consulta, sitúa al otro en una posición muy determinada. Estamos acostumbrados a que pacientes sean los de los médicos y pareciera que aceptar esta terminología pusiera al terapeuta en una posición
comprometida, con una autoridad que pretendiera rehuir.

Sin embargo, personalmente creo que "paciente" es el término más adecuado para referirnos a la persona que acude a una consulta de psicoterapia. Si atendemos a su significado, "paciente" es aquella persona que es atendida por un profesional de la salud. En este sentido, el término es obviamente adecuado, siempre que nos refiramos al campo de la salud mental y, como terapeutas, observemos todos los postulados profesionales que nos competen.

Este significado nos lleva inequívocamente a la referencia a la enfermedad, campo en el que nuevamente entramos en la polémica, interesada muchas veces. Hay que recordar que, en su etimología, "paciente" viene del latín patis, es decir, padecer. Luego paciente es el que padece, el que sufre de algún modo algo con lo que no está conforme. Para ser paciente es necesario pues, un malestar, un sufrimiento y, por ende, la conciencia de ese sufrir y la necesidad de buscarle remedio. Como un enfermo que acude a la consulta de su médico de cabecera aquejado de cualquier dolor, el paciente de psicoterapia acude a la consulta de un profesional buscando alivio a su sufrimiento. Por tanto, es necesario en el paciente una cierta dosis de conciencia previa a comenzar una terapia. Conciencia puesta en el dolor, en el sufrimiento, en el darse cuenta de que algo, tal y como está, no funciona como la persona desearía.

Aquí entramos en el terreno de la polémica, ya que muchos profesionales de la salud mental no consideran necesario acudir a terapia si no es para atender a un cierto grado de patología. No entrarían en este campo, entonces, la insatisfacción vital, el no saber solucionar determinado conflicto, la conciencia de repetir ciertos comportamientos nocivos una y otra vez... Este tipo de visión reduccionista implica un alto grado de acomodación a la neurosis colectiva en que vivimos sumergidos. Sólo hay que echar un vistazo alrededor para observar que la humanidad, tal y como está, no vive precisamente en un momento de salud mental general. Sobrevivimos, cierto, aún a pesar de sostener, ocultar y hasta fomentar comportamientos dañinos para el individuo y, por supuesto, para la sociedad. En este sentido, si observamos la neurosis general, es inevitable observarnos individualmente como sujetos neuróticos, entendiendo la neurosis como aquel o aquellos comportamientos que me impiden desarrollarme como persona, siendo así mi maduración un proceso incompleto.

Si aceptamos esta definición de neurosis y nos reconocemos personalmente como seres neuróticos, en mayor o menor grado, es claro que podamos llegar a necesitar desarrollar las herramientas necesarias para poder "aliviar" en lo posible el grado de neurosis, y aquí entran, entre otras, las psicoterapias como lugares donde cada cual pueda observar su propio crecimiento y necesidades.

Volviendo a la palabra "paciente", en una segunda acepción, "paciente" es "aquel que tiene paciencia" y aquí de nuevo encuentro perfectamente correcta la aplicación del término pues, una vez damos el paso de asistir a un proceso terapéutico, es necesario que tengamos paciencia, para que el proceso pueda desarrollarse correctamente. La paciencia aquí, aparece como un elemento de cuidado que la persona tiene para consigo misma: si espero resultados inmediatos, el proceso quedará incompleto. Si lo atiendo pacientemente, como al crecimiento de una planta, podré observar su crecimiento y posterior floración. Tal cual.

Sin embargo, no podemos excluirnos del mundo en que vivimos, y uno de los mayores males que aquejan al mundo de hoy es sin duda, el de la inmediatez (o impaciencia). Lo queremos todo, y lo queremos ya. No nos permitimos esperar, cuanto más rápido llegue mi próxima compra de internet, mejor. Cuanto antes pueda comer esta fruta tropical que nace al otro lado del mundo, mejor. Cuanto antes me atienda la cajera, mejor... Y en esta falsa necesidad de inmediatez, nos perdemos. Perdemos la calma, nos enfadamos, perdemos la capacidad de observación, sólo vivimos para conseguir mi objetivo y pasar al siguiente, nos perdemos vivir el momento presente, el único momento que existe, en alas de un momento futuro en que esperamos poder llegar a descansar y obtener la paz que acabamos de vender por no ser capaces de esperar... Nos volvemos infantiles, seres incapaces de sostener la más mínima frustración ante lo que queremos o creemos querer y cuando finalmente lo tenemos, no sostenemos el placer de poder disfrutar aquello por lo que tan rápido luché, lo apartamos y vamos a por una próxima meta. Preferimos sacar una foto antes que sentarnos y observar una puesta de sol.



Afortunadamente, la paciencia es una actitud que se puede entrenar y que, cuanto más se entrena, mejor sabor deja. El simple ejercicio de esperar a que el semáforo se ponga en verde para cruzar nos aporta todo un mundo a nuestra disposición que de otra manera hubiéramos dejado atrás sin contemplaciones, obsesionados en nuestra mirada con orejeras. Entrenar la paciencia es un acto sumamente cuidadoso que podemos tener para con nosotros mismos. Decía San Francisco de Sales, precisamente, "ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo", en un acto de sabiduría que ilumina cuán crueles somos, más que nada, con nosotros mismos. En esta carrera hacia la inmediatez absoluta, el primero que se pierde es el propio individuo.

Observa tus pasos. El camino se abre a tus pies, no hacia la meta. Ten paciencia. Espera, observa y disfruta de tu propio caminar, independientemente de a dónde quieras ir. Los colonos americanos se asombraban ante la infinita paciencia que los indígenas demostraban al esperar ser atendidos en las consultas médicas, ¿por qué? Porque para aquellas tribus el tiempo no tenía la misma importancia que para la cultura invasora. Los colonos, en su cultura occidental, tenían la máxima de "el tiempo es oro", un tiempo a aprovechar marcado por el terrorífico paso hacia la inevitable muerte. Los indígenas, sin embargo, sabedores de ser parte de un mundo mucho más grande, conscientes de su pertenencia al ciclo de la vida y de su insignificancia en un universo del que sin embargo son parte indisoluble, podían esperar todo el tiempo que fuera necesario.



Pregúntate, ¿cuánto tiempo estás tú dispuesta/o a esperar? ¿cuánto eres capaz de esperar? ¿cuál es tu grado de paciencia? Y después, mira si aquello por lo que no estás dispuesta/o a esperar, merece realmente la pena.

No en vano, los primeros cristianos tenían en la Paciencia una de sus más importantes virtudes, y la contraponían al pecado capital de la Ira, no sólo porque los impacientes sufran inevitablemente de un cabreo perpetuo, sino porque el airado es el perfeccionista, el que lo quiere todo, perfecto, inmediato, y que, además, es perfectamente capaz de hacerlo perfecto, incluso mejor que el mismísmo Dios.

En esta enfermedad de la inmediatez, algunos ven en la paciencia un signo de debilidad, re-significando el concepto de paciencia con el de resignación, con el de pasividad, con el que deja que las cosas pasen por delante de sus ojos, sin hacer nada a cambio. Es un concepto interesadamente equivocado, ya que atender al verdadero significado de la paciencia dejaría al impaciente en evidencia. Si no eres capaz de esperar por aquello que necesitas, ¿cuán fuerte eres en realidad? Si te deniegan aquello que necesitas tan rápida y desesperadamente ("el que espera desespera", dicen), ¿qué grado de autonomía tienes?

La paciencia, como dice Mikel Jaso en su artículo "El arte de la paciencia":

"... no es apatía, ni resignación. No es falta de compromiso, porque no es estática: el que espera con calma lo hace activamente, pues la espera activa implica esperanza. Es coraje, pues fija su mirada en el largo plazo. [..] La paciencia es protectora, pues no se ve frustrada por la eventualidad de lo inmediato: nos permite atravesar situaciones adversas sin derrumbarnos. Es fuerza, pues es paciente aquel que ha sido capaz de domesticar sus pasiones. [..] Recapacitar, reorganizar -tanto los tiempos como las prioridades-, reflexionar. [..] Tomarnos un tiempo para observar que algunas cosas pueden esperar sin producir sufrimiento, y aprender a saborear el placer de la espera."


La paciencia, entonces, implica un acto de confianza en la vida que repercute muy positivamente en el que la ejerce. Es la confianza en que la semilla plantada germinará y florecerá, en que el árbol de hoy llegará a dar frutos para nuestros nietos, en que todo llega y, si no llega, tampoco importa tanto pues, mientras espero, estoy vivo.



Así pues, veo perfectamente adecuado utilizar el término paciente para aquellos que tenemos el valor, el coraje y la paciencia de enfrentarnos a un proceso terapéutico (sea el que sea), donde no te vas a encontrar con algo que no sea a ti mismo/a.