"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

miércoles, 15 de enero de 2020

¿Y si vuelven las sombras?



Por motivos personales, llevo tiempo caminando por el valle de las sombras. El valle de las sombras es, como la metáfora de la "noche oscura del alma", un lugar simbólico, uno por donde nuestro alma transita en algún punto de nuestro período de duelo. El valle de las sombras es, para mí, un lugar de calma y de paz, que en mis ensueños se me asemeja al corredor que has de atravesar para llegar a las ruinas de la ciudad Petra, en Jordania. Es un valle de dolor, claramente, y donde unx se puede retirar a meditar y reposar, o a dolerse, a llorar, también a lamentarse.

Escribo este artículo desde la conciencia que me aporta estar viviendo en el dolor, en el duelo. Por algún motivo, no se nos permite vivir en el dolor. La sociedad (y, dentro de la misma, lxs propixs terapeutas) no acepta la vivencia del dolor y el respeto a su tiempo. A su debido tiempo, como se decía antes. El debido tiempo es el "tiempo debido" para poder transitar el dolor en su magnitud, en su realidad, de verdad. La sociedad nos impone un positivismo que raya en la paranoia, invitándonos a ser como barbies con la sonrisa pintada de manera eterna. Refleja nuestra realidad para sostener el dolor, para reconocerlo y para darle su debido espacio, su debido tiempo. Hemos perdido la naturalidad de vivir el dolor que todavía conservan en ciertas culturas más cercanas a la tierra, a la naturaleza. Lo nuestro es todo impostura.

Dentro de esta impostura, creyendo que lo hacemos "por el bien" del otrx, hacemos gracias, nos inventamos planes divertidos, invitamos a ver el lado positivo de la vida, olvidando el lugar en el que está la persona que se duele (que ya ha de transitar con su propia dificultad para poder estar y permanecer en su dolor, sin distraerse, sin desconectarse, sin endurecerse... o sí). No escuchamos al otrx, no lo vemos, tan sólo vemos, nuestra propia dificultad para vivir el dolor.


Lxs mismxs terapeutas (seres humanos, al fin y al cabo), resonando con su propia dificultad para sostener su dolor (y digo bien, su dolor, no es el nuestro el que les duele: es el propio, proyectado, resonado), nos invitan, sin duda desde un lugar de cariño y con la intención de cuidado, a ver lo positivo que  existe en nuestra vida, como si el dolor tuviera la equívoca capacidad de ocultar lo bueno de la vida, cuando no es así.

No me malinterpretes. Obviamente es labor del terapeuta señalar lo que queda oculto a los ojos de su paciente y, si éstx está en una situación de negación, de oscurantismo, de sufrimiento, sin poder ver la luz que le rodea. Es imperativo terapéutico hacer consciente lo olvidado, completar la naranja.
No digo esto. El dolor y el sufrimiento no son lo mismo. El sufrimiento, como señalaba Claudio Naranjo, "necesita espectadores", es decir, hay un uso del dolor en el sufriente, que beneficia a su ego. Por otro lado, la depresión tiene que ver con una lucha descomunal contra el dolor, que nos acaba dejando agotados, sin energía ni ganas de vivir (y dicho esto, de una manera tremendamente simplista, sólo desde el matiz que tiene que ver con el dolor y sin tener en cuenta los que tienen que ver con el disfrute y la capacidad de gozo; con el cansancio y agotamiento de vivir una vida dedicada al sobreesfuerzo, etc.).


Vivir el dolor es otra cosa. Es aceptar el momento en el que estás, y que éste, duele. El dolor tiene una energía muy característica, te invita a ir hacia dentro, a recogerte como un caracol, a lamerte las heridas, posibilitando así su curación. Cuando trabajo el dolor, como emoción, en mis talleres de Teatro Emocional, siempre utilizo la metáfora del dolor físico, que creo ayuda a entender el movimiento reflejo y saludable que podemos atender en momentos de dolor: si yo me corto, mi sistema nervioso informa inmediatamente al cerebro, de modo que éste ordena el movimiento reflejo de retirar el miembro de la fuente posible de daño (evitando así que éste pueda ser peor), iniciando un "movimiento de repliegue" que me ayuda tanto a alejarme de la fuente de daño como a iniciar los posibles cuidados de la herida. Con el dolor emocional, lo mismo. Si yo cuido y atiendo el corte, éste puede curarse. Si no lo hago, seguirá sangrando y puede que hasta se infecte. Con el dolor emocional, lo mismo.

Y todo esto, que queda tan bonito dicho y leído, ¿para qué? Quiero decir que hay momentos en que vuelven las sombras y el tránsito por el dolor se hace, prácticamente, insoportable. Momentos de desesperación, de falta de referencia, de pérdida, de tropezar (otra vez) en la misma piedra...

¿Qué puedo hacer, cuando vuelven las sombras?



Es cierto que la sombras, como las piedras en el camino, vuelven para ayudarme a darme cuenta de que sigo haciendo lo mismo, aunque yo creía que las cosas habían cambiado ya, que ya había aprendido la lección, que estaba en otro punto... qué va, la vida es tan puñeteramente generosa que una y otra vez te dará en las narices con tu mierda. Perdón por la claridad. La mierda es el hábito, neurótico y egoico, de entender la realidad de una única manera: nuestra defensa ante la vida que se nos hizo insostenible en su momento. Y ahí andamos. De nuevo, tras dar una vuelta, otra vez en el mismo punto ciego de siempre. Quizás un poco diferente. Pero igual de doloroso. O no, quizás todavía más doloroso, porque, encima, ahora me entero de que me duele.

No pretendo aportar soluciones a este punto sombrío con este artículo. Pretendo no más recordar que todxs estamos, hemos estado, estaremos... otra vez, ahí. Que no hay más que sostener, ni mirar arriba ni abajo, ni enfocarte en la luz ni en la oscuridad, sino en el momento presente: en tu dolor. Que es legítimo, personal, único, intransferible, y absolutamente digno.

Me gustaría, cuando camino por este valle de las sombras, no desviarme de mi dolor. Pero no puedo. Soy humano, también, y no estoy educado/acostumbrado a vivir en el dolor. Claro que hay dolores y dolores, los hay que tienen una magnitud tal que no te permiten ni desviarte un ápice. Me gustaría disfrutar (sí, disfrutar) de la calma que me ofrece este camino. Pero es que duele. Y uno tiene su tolerancia (ejercitada, disciplinada, atenta, pero con límite).


Por eso, quizás, la pregunta del título de este artículo está mal enunciada y, en vez de decir "¿Y si vuelven las sombras?" debería decir "¿Y cuando vuelvan las sombras?", aceptando la conciencia de su presencia y de que, indefectiblemente, antes o después volverán. Así pues, repliégate, duélete, atiéndete, cúrate, permítete. Tienes derecho, también, a las sombras.