"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

martes, 28 de julio de 2015

En Proyección...



Hace unos días, recibí unos mensajes de WhatsApp en los que una amiga me preguntaba por mi estado emocional actual. Al parecer, mi foto de perfil le daba a entender que podía yo andar triste o abatido. Esto, unido a mi "estado" en la aplicación ("recomenzando"), le dio a confirmar su idea y a preocuparse por mí.

Mi sorpresa al recibir los mensajes fue grande, porque la verdad lejos andaba yo de estar abatido en ese momento, y más cuando la sospecha mayor era por mi foto de perfil... en la que salgo de espaldas, y fue tomada en un momento especialmente agradable y divertido para mí.

Esto me hizo pensar en cómo cada uno de nosotros vemos exactamente lo que queremos ver. Si bien cada uno vemos la vida con un filtro especial (dado, entre otras cosas, por nuestro carácter neurótico), también llevamos puestas unas buenas orejeras, que filtran de algún modo todo aquello que no estamos preparados o dispuestos a ver (y utilizo "ver", en el más amplio sentido de la palabra). Para mí, uno de los sentidos que tiene la terapia es, precisamente, el de ampliar el espectro de estas orejeras, para cada vez poder ir "viendo" más y mejor, aumentando nuestro campo de visión de la realidad, al tiempo que aumentamos nuestro campo de "visión" interna.

Esto responde claramente a uno de los más conocidos mecanismos de defensa que tenemos los seres humanos: la Proyección.

La proyección es el mecanismo según el cual "ponemos" fuera de nosotros actitudes, emociones o sentimientos que no somos capaces de aceptar como propias. El objetivo de la proyección es claro: para no hacerme cargo de aquello que me pasa a mí, en este momento, te lo pongo a ti encima (un "ti" individual o colectivo). Esto se puede deber a diversos factores, pero quizás el factor que más obviamente aparece sea el del "debería", o incluso mejor, al "no debería". En este caso, "no debería" estar sintiendo esto que siento (algo que prejuzgo como inaceptable) y, por tanto lo hecho fuera de mí.

Como la proyección es un mecanismo, se trata de algo automatizado y muy bien asimilado desde bien pequeños, así que para darse cuenta de que uno está proyectando, ha de hacer un buen ejercicio de observación interior.

Por ejemplo, si voy paseando por la calle y me topo con alguien e inmediatamente pienso, "menudo cabreo lleva éste encima, parece que me quisiera pegar", obviamente estoy proyectando. ¿Cómo lo sé? Porque en ningún momento he comprobado que mi suposición fuera cierta, ni que la persona que me he encontrado estuviera enfadada, ni mucho menos que me quisiera pegar. Por tanto, y aunque mi suposición fuera cierta, he proyectado en el paseante mi propio sentimiento de agresividad. Sólo tendría que escarbar un poco para comenzar a sentir mi propio cabreo y, un poco más, las ganas de pegar a alguien.

Proyectamos constantemente (aunque haya caracteres más propensos a utilizar este mecanismo que otros, por ejemplo un E6 o un E3). Ejemplos de proyección son los básicos "me duele la cabeza", "el día está triste", pero también "mi bebé es todo un seductor, mira cómo sonríe", "aquella chica parece que va pidiendo guerra" o incluso "no me lío con este chico, porque seguro que acaba poniéndome los cuernos".

El beneficio (neurótico) más obvio de deshacerse de lo proyectado es el de no asumir la responsabilidad de aquello que se siente. Más concretamente, de aquello que no se desea o se teme sentir, ya que probablemente el contacto con estas emociones produzca una sensación de angustia muy difícil de sostener, al entrar en conflicto mi impulso con "aquello" que me tragué (i.e. si me creí que lo bueno es ser trabajador, proyectaré fuera mi parte perezosa).

El caso es no hacerse cargo de lo propio, y el proyector llega a desarrollar un instinto tan aguzado que de manera habitual proyecta aquello que no quiere dentro, en lugares lo bastante propicios como para ver refrendada su proyección.

Esto no exime que lo que realmente proyectamos es algo que no podemos sostener dentro de nosotros. La mayoría de las veces, proyectamos sentimientos agresivos, sexuales, de culpa... cosas que juzgamos como negativas o inaceptables dentro de nosotros mismos. Hemos aprendido que hay determinados sentimientos que son aceptables, y otros que no lo son y por tanto los proyectamos. Un ejemplo clásico de proyección es el odio racial, como también lo son los prejuicios o los celos.

Claro que no siempre la proyección es negativa o paranoica, y desde luego se trata de algo necesario para la vida diaria, ya que me ayuda a preveer ciertas situaciones (como por ejemplo, qué va a hacer en la próxima curva el coche que tengo delante). La proyección, de hecho, es parte necesaria e inherente en el desarrollo y el crecimiento humano. El bebé, incapaz por su nivel de desarrollo físico y emocional de sostenerse por sí mismo, necesariamente ha de proyectar sobre la figura materna sus sensaciones más inmediatas, de modo que si sus sensaciones son placenteras, "mamá es buena" y si sus sensaciones son desagradables, "mamá es mala" (dicho muy a grosso modo). Los artistas, por ejemplo, utilizan también la proyección, de una manera creativa: son capaces de poner fuera de sí (en un lienzo, en un papel...) partes propias para poder así compartirlas con el mundo, encontrando un nuevo lenguaje de expresión.


El problema es que el proyector utiliza este mecanismo para "deshacerse" de partes de sí que son esenciales, como todas aquellas que sí acepta. Sea lo que sea lo que se aliena de uno mismo, pertenece a nuestro interior con tanto derecho como lo que sí es aceptado, y separarlo del resto (algo que se pretende, pero que de hecho es imposible de realizar: dicha parte estará siempre ahí, aún no reconocida y en la sombra) acarrea un precio. Las emociones existen se quiera o no, y afortunadamente no está en nuestra mano evitarlas. Lo que está en nuestra mano, como decía el mago, es qué hacer con lo que nos ha sido dado (en este caso, lo que siento). Alienando mis sentimientos agresivos me quedo sin capacidad de reacción. Alienando mis juicios sexuales me quedo sin disfrute. Alienando mis prejuicios me quedo sin contacto. Alienando mis celos me quedo sin amor... y así un largo etcétera.

Como dice Fritz Perls: "El proyector no sólo tiene la tendencia a desposeerse de sus propios impulsos (achacándoselos a los demás), sino que también tiende a desposeerse de aquellas partes de él mismo donde se originan dichos impulsos".

La terapia Gestalt intenta poner conciencia a tanto deshacerse con una propuesta integrativa: irse identificando con todo aquello que voy proyectando fuera, de manera que al volverlo a "colocar" dentro, pueda re-apropiarme de ello, aumentando con ello mi conocimiento (la parte trascendente de la proyección). De este modo puedo comenzar a aceptar todo aquello que he ido tirando fuera de mí, e irme completando como persona, creciendo y madurando durante el proceso.
No es un camino fácil, pero funciona.