"Para volar hay que primero alzarse sobre sus propios pies.
No vuela ninguno que primero no esté de pie."

F. Nietzsche

sábado, 31 de diciembre de 2016

Por un año lleno de Vida

Con mis mejores deseos para este año que está a punto de comenzar... por que llegue con ilusión y esperanza, cargado de emociones, sueños, deseos, acciones, atenciones y lecciones... que todo esté lleno de VIDA.


Feliz 2017



domingo, 20 de marzo de 2016

La Función Padre



Durante la pasada festividad del Día del Padre, he estado reflexionando sobre esto que llaman la función padre, sobre su significado e importancia en mi vida y, más allá, sobre su desvirtuación en la sociedad patriarcal contemporánea. Me gustaría aprovechar este artículo para compartir alguna de estas reflexiones.

En España, el Día del Padre se celebra coincidiendo con la festividad católica de San José o, lo que es lo mismo, con el mito del padre en dicha religión. No se trata, ni mucho menos, de una tradición antigua, sino muy reciente: se instaura en España en el año 1953, debido a la demanda popular y el apoyo de diversos centros comerciales. Sin embargo, y para lo que este artículo me ocupa, me interesa continuar con el mito de San José. José, esposo de María y por tanto padre putativo de Jesús de Nazaret.

En el mito, José recibe la visita de un ángel en sueños, que le indica la pureza de María y por tanto que no la repudie en su matrimonio. Por tanto, asume la paternidad de Jesús, convirtiéndose en el padre "humano" del niño, a quien cuida (busca un lugar para su nacimiento, lo lleva a Egipto para escapar de la persecución de Herodes) y educa (le enseña su mismo oficio de artesano), desapareciendo misteriosamente cuando Jesús comienza a tomar su vida pública y adulta. Como padre, José desempeña una función básica y tradicional: asegura la manutención, cuidado y educación del niño. Simbólicamente, además, desaparece cuando el niño deja paso al adulto.


En esencia, podríamos decir que la llamada función padre tiene que ver con la salida al mundo del niño y su posterior relación con él. Por su lado, la función madre tendría que ver con el contacto interno de las propias necesidades. Ambas funciones son indispensables para el correcto funcionamiento en la vida y se van instalando y desarrollando en el niño conforme avanza en sus distintas etapas de crecimiento.

Es inevitable, al hablar de función padre o función madre, que uno piense en sus propios padres y, en efecto, ambas funciones se toman, en un inicio, del ejemplo de nuestros padres o de las personas que hayan ejercido tal función en nuestra vida. Hay familias en las que la ausencia o falta de disponibilidad para ejercer alguna de estas funciones se ve suplida por otra figura y por tanto nuestra referencia materna puede ser más una abuela o nuestra referencia paterna más un tío o amigo cercano de la familia... Además, ambas funciones no son exclusivas de género, y por tanto una mujer podría ejercer el rol paterno y un hombre el materno, en la crianza. Sea como sea, durante nuestra infancia es inevitable que vayamos tomando modelos para ir construyendo ambas funciones, de modo que vamos interiorizando un padre y una madre para nosotros mismos.

Si la función madre es aquella que me pone en contacto con mi mundo interior y, en especial, con mis necesidades (es decir, es una función de cuidado), la función padre es la que me ayuda a satisfacer estas necesidades en el mundo. Por tanto, una función me permite relacionarme conmigo mismo, y la otra, con el otro y lo externo a mí.

El padre, o la persona que ejerza su función durante la crianza, es la persona que viene a romper el vínculo fusional que el niño tiene con la madre durante los primeros meses de vida. Esta función es esencial para que comience el proceso de individuación del niño, para que comience a identificarse como alguien diferente y único dentro de la familia. Simbólicamente, el padre es el que viene a "romper" la cáscara del huevo, permitiendo que lo que había gestado dentro pueda ahora salir al
mundo. En este momento, es esencial que la mirada de la madre hacia el padre sea tal que el niño pueda aprender de ella que éste es una figura de valor dentro de la familia. No en vano se dice que el amor al padre es un amor admirativo.

Salir al mundo es otra de las principales funciones que aprendemos del padre. De niños, observamos y aprendemos de los que nos rodean cómo son las relaciones y las gestiones con el mundo fuera de la familia. En este sentido, el padre tiene la importante función  de aportar seguridad al niño en sus primeros pasos en el mundo, es el sostén y a la vez el ánimo que te invita a caminar y te dice "ve", o lo que es lo mismo: "vive".



En nuestro desarrollo, el crucial momento en que nos soltamos de los brazos de mamá y comenzamos a investigar los que nos rodea, está sostenido por la función padre. Inevitablemente, estos primeros pasos son vacilantes ya que caminamos sobre algo desconocido. Si el padre no está al otro lado, para animarnos y recogernos, el niño guardará una desagradable experiencia de vacío que repetirá cada vez que haya de enfrentarse a algo desconocido en su futuro.

Otra de las grandes funciones del padre es el establecer y mantener unos determinados límites. Los límites son esenciales para la vida y su desarrollo, sin ellos seríamos poco menos que animales temerarios. Nos ayudan a cuidarnos y a establecer relaciones de cuidado y respeto con el otro. Nos ayudan, además, a saber lo que es el "no", es decir, la frustración y su manejo. Por tanto, un límite establecido a su debido tiempo y con amor es un acto de cuidado indispensable.

Claro que no todos los padres están disponibles para ejercer tal papel. Primero, porque todos somos humanos y no somos perfectos, así que será inevitable que nuestros hijos (como nosotros mismos en su momento), generen reproches hacia sus padres, ya que no podremos satisfacer siempre sus demandas. Segundo, porque todos tenemos nuestra propia herida y por tanto ésta acabará apareciendo de alguna u otra manera en la relación y, por tanto, afectando a nuestros hijos. En los casos en los que, además, haya abusos, maltrato, abandono, etc. el modelo paterno que aprende el niño viene marcado inevitablemente.

Como niños, vamos aprendiendo de aquellos que nos rodean, papá y mamá, los primeros. Si el modelo paterno ha sido especialmente dañino, lo más probable es que hayamos buscado referencias en otros lugares: un abuelo, un familiar o amigo cercano, un tutor o profesor... pudiendo por tanto conformar un modelo interno suficientemente bueno como para permitirnos llegar a adultos, y llegar suficientemente sanos.



Llega un momento en nuestra vida en que lo que hemos aprendido y asimilado (y por desgracia, también lo que no ha sido bien digerido) da forma a nuestra guía interna. Por tanto, la función madre nos permitirá ser conscientes de nosotros mismos y nuestras necesidades, y la función padre nos ayudará a satisfacer dichas necesidades y a relacionarnos con el mundo. Esto, hablando de una manera ideal y prototípica pues, dependiendo de cómo hayamos establecido estos modelos, es posible que acabemos jugándolos en nuestra contra, de manera que nos desconectemos de nuestras propias necesidades y nuestras sensaciones internas, o nos desenvolvamos pobremente en el mundo, siendo incapaces de gestionar nuestras necesidades.

Aquí es cuando entra en juego nuestro grado de madurez. Si bien es cierto que los modelos que hemos establecido para nuestra función padre y madre tienen que ver con nuestro padre y nuestra madre, con nuestra relación con ellos e incluso con su relación entre ellos, también lo es que es posible re-establecer dichos modelos atendiendo a sus deficiencias o dificultades: es decir, es posible volver a establecer un padre interno y una madre interna que nos ayuden a cuidarnos mejor y a continuar creciendo.

En mi caso, el triángulo edípico e idealizado en el que me crié no me permitió establecer un modelo de padre interno sano para mí, de modo que mi relación con el mundo y, en particular, la gestión de mis necesidades ha sido en su mayor parte deficiente y deficitaria. Negar la figura del padre, fijarme exclusivamente en lo que no había, no me permitió tomar lo que  había. Esto no quiere decir que no ocurrieran daños ni heridas, sino que les di un lugar tan importante que acabaron ocupándolo todo. En mi proceso terapéutico personal, pude comenzar a tomar conciencia de ello y establecer un modelo más sano para mí, que me permite moverme mejor por la vida y gestionar mis necesidades en el mundo sin rabietas ni enganches. Sorprendentemente, al tiempo que establezco una mejor relación con el mundo, mi relación con mi padre mejora.



¿Y tú? ¿Cómo crees tú que es tu padre interior? ¿Cómo te gustaría que fuera?

sábado, 5 de marzo de 2016

El camino hacia la Espontaneidad



La terapia Gestalt, muchas veces se define como "la terapia de lo espontáneo", y a los terapeutas que la ejercen, se les recomienda encarecidamente favorecer lo espontáneo en el paciente, al tiempo que confrontar lo automático.

Pero ¿qué es esto de "lo espontáneo"?

En terapia Gestalt entendemos "lo espontáneo" o "genuino", como la parte auténtica y no controlada de la persona, aquella que está conectada con el fluir más sincero de la vida, y que se mueve conforme a sus necesidades, atendiéndolas y respetándolas, en un continuo de contacto/retirada con la experiencia, es decir, siguiendo el movimiento natural de autorregulación organísmica.

Probablemente, la autorregulación organísmica sea el summum de la terapia. El llegar a confiar en nuestro movimiento de necesidad natural y de fluir en la vida. Es, sin duda, la base de la terapia creada por Fritz Perls, en la que el individuo confía en la sabiduría natural del cuerpo y de la experiencia, de tal manera que, atendiendo a nuestra necesidad del momento, podamos satisfacerla y, una vez satisfecha, retirarnos y descansar.

Lo opuesto a este movimiento natural es el estado neurótico en que nos encontramos de manera habitual. La neurosis, por definición, es una interrupción del contacto con la experiencia. Es una manera de no estar presente y de no atender a mi necesidad, sea por el motivo que sea. Y esto, ¿cómo lo hago?



Los mecanismos de defensa (introyección, proyección, deflexión, retroflexión...) mantienen activa mi neurosis, mi locura, que no es más que una idea o creencia de que estar en el mundo tal cual soy no basta, de que la vida no es "confiable" y por tanto hay que "controlar" la experiencia, no vaya a ser que me pegue un batacazo.

Por ejemplo, estar alerta ante los gestos y actuaciones de la persona amada, de manera que las llego a tomar como verdaderas "señales" de su amor hacia mí. Así, si mi pareja actúa según mi propio código interno, creeré que sus actuaciones "confirman" su amor hacia mí, mientras que, si de repente actúa de una manera que yo no contemplo o que prejuzgo como contraria a mis intereses, creeré que "algo no funciona" o incluso que ya no me ama. Esto, obviamente es una locura, y no tanto por el hecho de que mi pareja me ame o me deje de amar, sino porque estoy ocupado en atender a los gestos y actuaciones de la otra persona como si éstos fueran mensajes en clave, para confirmar mi propia creencia de que me ama/no me ama. Es una locura porque mientras me entretengo en leer todos estos "supuestos" mensajes no me ocupo en confirmarlos. Es una locura porque mientras estoy alerta para "pillar" todas estas "señales", no estoy viviendo la experiencia de estar con mi pareja.



Y todo esto, ¿para qué? Parece un enorme gasto de energía innecesario, ¿verdad? Y sin embargo, como individuos neuróticos, estamos permanentemente alerta e intentando controlar la experiencia. Igual algunos más con la pareja o la familia, igual otros para mantener intacta su imagen, igual para mantener un cierto estatus social o sentirse más seguro en el entorno laboral... el hecho es que, mientras permanecemos alerta, nos perdemos la experiencia. La Vida.

Por eso la Gestalt habla de "recuperar" la autorregulación organísmica, el contacto con lo espontáneo y genuino de uno, con lo auténtico. Se trata de recuperar la salud y la libertad en la vida, de recuperar la confianza que hemos perdido por el camino.


Pero, ¿por qué esto es más "auténtico" que lo "neurótico"? Podríamos hablar de Lo Auténtivo vs. Lo Automático. Ambas son experiencias reales, pero que surgen de lugares diferentes. Mientras Lo Automático surge desde el control y el miedo a que la experiencia se nos vaya de las manos, pudiendo llegar a dañarnos en algún momento, Lo Auténtico surge de la confianza en que lo que ocurre está bien como está y en que poseo los recursos necesarios para hacerle frente, incluso si la experiencia es dolorosa o desagradable.

La gracilidad del bailarín, el trazo del pintor, la voz del cantante, el fluir del actor, la atención del profesor, la intuición del terapeuta... Todos ellos son contactos genuinos con lo espontáneo y lo creativo. Para ello, todos han debido previamente aprender una estructura y una técnica, para luego soltarla y confiar en la experiencia.

Pretender que la vida nos va a traer sólo cosas "buenas" es, como mínimo, una estupidez. Y sin embargo nos pasamos tanto tiempo intentando repeler todo aquello que consideramos "malo", que nos perdemos la experiencia completa de la vida. Mientras permanecemos alerta para controlar una emoción indeseada, para evitar un momento doloroso, para encontrarnos con una experiencia desagradable, etc. perdemos de vista gran parte de lo que ocurre a nuestro alrededor. Nos volvemos rídigos, más duros, robóticos a la experiencia y, por tanto, la vida se acaba empobreciendo.

La alternativa reside en la confianza. Igual para algunos es más fácil confiar en algo "mayor", en algo Grande, como la Vida, la Providencia, la Divinidad... Confiar en que la vida es sabia y me aportará lo mejor para mí, aunque esto sea una experiencia dolorosa de la que sin duda aprenderé algo. Sin embargo, en el camino terapéutico también se nos enseña a confiar en lo "pequeño", en lo sutil, y esto pasa por confiar en mi propia experiencia y en mi propio criterio. Algo a lo que no estoy en absoluto acostumbrado, ya que me he pasado toda mi vida "controlando" y que, por eso mismo, me asoma al abismo y al miedo. No hay más remedio que mirar hacia dentro y confiar en aquello que salga.

Poco a poco, uno aprende a escucharse un poco más, a estar atento a mis sensaciones, y no alerta contra ellas. A dar espacio a mis necesidades y a comenzar a satisfacerlas, por muy extrañas, incomprensibles o egoístas que puedan parecer. A sostener los momentos duros, la culpa, la angustia y a disfrutar de lo placentero. Esto me conecta con mi voz, con mi auténtica necesidad y con mi energía creativa. Así surge la voz interna, cada vez con más fuerza.

Esta es la voz espontánea y auténtica de uno mismo. Aquella que me habla de mí y de lo que yo necesito, de mis deseos, mis dolores y mis miedos. Es mi manera de acompañarme en este camino que es la vida.