El Teatro como Oportunidad
"A menudo, en el origen de toda marcha creadora hay una herida. Esta herida nos ha alejado de algo que era vital para nosotros y esto ha marcado a una parte de nosotros que permanece en exilio en lo más profundo de nuestro interior".
Eugenio Barba
Las palabras de Eugenio Barba, uno de los más grandes creadores e investigadores teatrales del siglo XX, me emocionan y remueven algo en mi alma. Probablemente, el lugar justo de mi herida vital, aquél que él mismo menciona. No puedo hacer más que refrendar estas palabras e incluirlas como prólogo a este texto dedicado al Teatro como herramienta de autoconocimiento.
El teatro llegó a mi vida como una ventolera que de repente abre una puerta. Me hallaba en un momento vital sumamente desagradable y descorazonador, en el que no encontraba un horizonte de esperanza. Estaba estudiando una carrera que no me gustaba y que a todas luces se estaba convirtiendo en infinita. Como una broma del destino, dentro de las materias a estudiar, apareció la normativa de las asignaturas de libre configuración, y dentro de las opciones posibles, estaba el Aula Universitaria de Teatro. Conste que no era mi primera opción, pero allí había plazas. Así que comencé con unas clases diferentes a todo lo que hasta entonces había hecho: expresión corporal, música, contacto... Para mí no sólo significó un soplo de aire fresco y vital, sino una revolución emocional y espiritual: comencé a utilizar las clases de teatro como mi primer lugar de terapia. Sin saberlo, sin conciencia, mi necesidad de expresar lo que me pasaba por dentro y mi ansia de saber que la vida no era sólo aquel pozo en que me encontraba, sino que era algo más, encontraron su lugar en el Teatro.
Desde entonces mi vida ha dado muchas vueltas y he ido y venido de y hacia el teatro muchas veces y en muchas formas: actuando, escribiendo, dirigiendo, enseñando, hasta que hace relativamente poco, guiado de nuevo por una necesidad vital, el Teatro vuelve a mi vida como vía de rescate, de crecimiento profesional y humano; en este caso a través de los cursos de Teatro Emocional, creados por mí en 2013 e inspirados en lo aprendido al lado de grandes maestros: Teatro de Ningures, Etelvino Vázquez, Alfredo Rodríguez, Néstor Muzo, Ramón Resino.
Como afirma Peter Brook, el teatro posee una cualidad sanadora. Para aquellos que lo practican de manera más o menos profesional, significa un entrenamiento diario, un contacto habitual con el cuerpo y la emoción. Da igual qué escuela se siga a la hora de estudiar, interpretar o montar una representación, el teatro siempre necesita de la expresión corporal y emocional del actor (el que actúa, es decir, aquel que hace). De esta manera, los actores ejercitan su cuerpo e indagan en su mundo emocional como vía de entrada y estudio al personaje, cuyo destino han de representar y hacer real en la escena.
De ahí que sean numerosas las escuelas de terapia y crecimiento personal que incluyen hoy en día el teatro dentro de las herramientas que utilizan. Por una parte, y como ya he dicho, el entrenamiento teatral permite una conexión diáfana con el cuerpo. Las rutinas de ejercicios y de expresión corporal nos dan una devolución incontestable: yo soy todo aquello que me pasa, y lo que me pasa, pasa siempre a través de mi cuerpo. Reconectar con mi cuerpo es reconectar con mis sensaciones, re-sensibilizarme, volver a sentir, de alguna manera, con la oportunidad de aprender a discernir lo que realmente me pasa, lo que siento, de aquello que creo que me ocurre. La verdad corporal es nuestra conexión más inmediata con el presente, con el aquí y ahora gestáltico.
Por otro lado tenemos el contacto emocional. El actor necesita hacer llegar un determinado mensaje al público, un mensaje que muchas veces es ajeno y ha de convertir en propio, en verdadero, salido de sus propias entrañas. En este sentido, el actor -como persona- siente y está en contacto permanente con sus emociones, en un ejercicio de escucha interna (lo que me pasa) y externa (lo que le ocurre a mis compañeros de escena y al público) que, si es fluido, puede llegar a conmover.
Además, tenemos la oportunidad de ponernos un disfraz, una máscara, de convertirnos en otra persona (del latín persona, nombre que les daban a las máscaras utilizadas en el teatro). El personaje nos ayuda a experimentar momentos nuevos, modos de relacionarnos diferentes, puntos de vista que no tienen que ser necesariamente el mío, con la distancia necesaria de un observador. Gracias al personaje, me puedo dar a mí mismo la oportunidad de experimentar cosas que en mi vida diaria probablemente no me permito: gritar, llorar, reír, patalear... en un entorno seguro, sin dejarme arrastrar por la intensidad de estas emociones.
Y, por supuesto, está su parte sagrada. El origen del teatro se pierde en la noche de los tiempos y tiene una marcada raíz religiosa. En la Grecia antigua, el teatro nace como homenaje a los dioses, representando sus misterios. El sacerdote es el primer actor, y con su persona pone en comunicación lo divino con lo humano: hace llegar el mensaje de los dioses a los hombres. He ahí el carácter sagrado del ejercicio teatral: ayuda a poner en contacto mi parte humana con mi parte divina.
Claro que no es casualidad que los primeros misterios representados fueran, precisamente, los de Dionisio, el dios más carnal de todos y, por tanto, rival de Apolo. En ambos el dios padre, Zeus, divide al que debía ser su hijo natural (y por tanto destinado a destronarlo): Apolo rige el mundo mental, de las ideas, el control, y Dionisio el material, el de la carne y las pasiones, la espontaneidad. Ambos saben que el uno necesita al otro, no en vano será el mismo Apolo quien ayude a unir los trozos desmembrados de Dionisio niño, sobre los que entra en trance la sibila. En honor a Dionisio se emborrachan los sátiros, las ninfas se mezclan con los humanos, las bacantes despedazan la carne: la fiesta deviene en orgía, en desenfreno, y nace el Carnaval.
Dice Eugenio Barba que nuestros ancestros "acudieron al teatro como se va a un desierto: a meditar sobre ellos mismos". Ésta, creo yo, es la clave esencial del aspecto terapéutico que el teatro aporta a nuestras vidas. Bien sea como espectador o intérprete, como estudiante o utilizando el teatro como herramienta de autoconocimiento, el que acude al encuentro del Teatro siempre se acaba encontrando con lo mismo: consigo mismo.
Me gustaría terminar con un texto clarificador, extraído de un libro que pone en comunión lo teatral con lo terapéutico:
EL TEATRO COMO OPORTUNIDAD
El teatro como oportunidad de actuar, de hacer algo aunque no sepamos muy bien qué. Oportunidad de ensayar y equivocarnos. Oportunidad de desmontar esa parte nuestra que siente vergüenza, que sufre tal vez de un exceso de importancia personal. El teatro como oportunidad de hacer las cosas de otra manera, de obrar lo que deseamos y lo que tememos. Oportunidad de despegarnos de la pequeñez del yo, que a veces se nos fija como una máscara pringosa. Oportunidad de entrar en otras posibilidades, de encararnos con la dificultad y con el talento. El teatro como ocasión para reír, gritar, llorar, danzar y atrevernos a ser como nos da la gana, asumiendo nuestra espontaneidad y responsabilidad. El teatro como apertura, potencia, valor, ilusión. Como expresión personal y social que sacude el conformismo habitual y dignifica lo humano. El teatro políticamente incorrecto. El teatro para compartirlo con otros y ofrecerlo al público con entusiasmo. El teatro como oportunidad de vivir la alegría, "como sabiduría del combatiente que, a pesar de no poder doblegar a su adversario, no renuncia ni resigna su potencia disidente".
Mª Laura Fernández e Isabel Montero
El teatro como oportunidad [Rigden Institut Gestalt,2012]
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