[HIATUS]


La palabra hiato se define, en sus dos acepciones, como una "solución de continuidad, interrupción o separación espacial o temporal", así como una "hendidura" una "fisura" (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

Sin embargo en su forma original en latín, hiatus, representa un espacio en blanco.

Siento que las tres acepciones se avienen a lo que ha representado este tiempo de silencio para mí, tanto a nivel personal, como profesional, como en mi presencia en este blog.

Ha sido necesario para mí tomar un espacio en blanco. Un espacio para dedicarlo a otras cosas, crecer por otros lugares y, de manera especial, para trabajar la mirada que tengo sobre mí mismo.

El espacio en blanco me recuerda al vacío fértil del que habla Paco Peñarrubia en su libro fundamental para la Terapia Gestalt (1). El vacío es el lugar donde, no habiendo nada, lo hay todo. El lugar donde todo es posible, porque ya todo lo que fue no tiene sentido y, sin embargo, todo eso permanece como sustrato desde el que nace lo nuevo.

En el proceso terapéutico el momento en que une paciente llegada a su vacío es un momento que me genera mucha felicidad y mucha ternura. Felicidad porque es la señal del fruto de todo un camino recorrido, en el que nos hemos ido despojando de todo aquello que ya no nos sirve. Y ternura porque es un momento de especial vulnerabilidad ya que, cuando todo lo que creía saber no me sirve, ¿qué me queda?

Queda tu nuevo yo, que en realidad siempre ha estado ahí, tapado por capas de creencias y bloqueos.

Así, el espacio en blanco es en realidad una oportunidad. Una ventana, una nueva mirada, un atreverse a abrir los ojos, otra vez.

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Y para eso, es necesaria la herida.

La hendidura, la fisura que también es el hiato.

Para mí, en lo personal, estos años han sido años de duelo. De atender y cuidar la tremenda herida de la pérdida.

El duelo no tiene una duración definida. Si lo entendemos como el proceso que nos lleva desde el momento en que aparece una herida o trauma por la pérdida de algo o alguien querido, hasta el momento en que se retoma la vida de una forma más o menos similar a la anterior, sin estar paralizades por el dolor, podemos estar hablando de meses o años.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que la herida siempre nos acompañará, doliendo más o menos según el momento en que estemos.

Una herida que probablemente nunca llegue a cerrar del todo y que nos ha cambiado de forma radical,  posibilitando que entendamos la vida ahora de otro modo. Una herida que nos aporta profundidad y sentido.

Después de unos años donde focalicé mi atención en las hendiduras más inesperadas y lacerantes, decidí comenzar la formación en acompañamiento al duelo y final de vida que ofrece el Programa DOL de la psicóloga clínica y terapeuta gestalt Assumpta Mateu. Una formación que decidí comenzar de forma intuitiva, sin saber especialmente qué necesitaba de la misma, y donde me he ido encontrando un camino de crecimiento de especial valor para mí.

Acaso en estos momentos lo más presente de esta formación sea mi conciencia de la impermanencia. El conocimiento profundo de que nada permanece, de que todo fluye, en un eterno movimiento de nacer y morir. Su aceptación me aporta calma y serenidad ante la ansiedad que produce el miedo a la muerte.

No me puedo aferrar a nada porque todo se acaba marchando.

Lo paradójico es que, al mismo tiempo, todo lo que desaparece permanece para siempre.

¿Se entiende esto?

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En lo profesional, lo que siento es la solución de continuidad. Una forma de continuar en el trabajo, con una cierta interrupción, pero sin detenerme.

Me explico.

Mi última entrada en este blog tiene fecha de mayo de 2021. Me doy cuenta ahora, mirando hacia atrás, la enorme influencia que ha tenido el período de confinamiento y la huella del COVID.

En ese tiempo, decidí cerrar los talleres de Teatro Emocional porque las condiciones de encuentro (teniendo que mantener la distancia física, usar mascarillas, etc) no eran en absoluto las convenientes para un trabajo terapéutico de estas características. Todo se puede adaptar, por supuesto, y de hecho llegué a ofrecer una serie de talleres online en aquel tiempo. Sin embargo, no hay nada que pueda suplir al contacto.

El contacto, la piel con la piel, tiene un efecto inmediato que nos recuerda nuestra naturaleza mamífera. Nos lleva al contacto primero, a la piel del bebé con la madre, a la caricia reparadora que acoge después del trauma del parto.

Era, entonces, tiempo de replegarse, de guarecerse y atender a las necesidades propias antes que a la parte más social que tiene lo laboral. Es algo que tiene sentido para mí si veo que era un tiempo de enfermedad general, tanto en lo referente a la propia patología como a todos los efectos que tuvo la pandemia, como nuestra salud emocional y psicológica.

Para mí, coincidió con el inicio de mi tercera carrera (hasta el momento!/?).

Poco antes de que se iniciase el estado de alarma, había hecho las pruebas de acceso para la carrera de Arte Dramático en la Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia, con la intención de cursar la especialidad de Dramaturxia, aunque la vida después decidiese que me interesase más la Dirección de Escena.

Han sido cuatro años de trabajo muy intenso, en el que mi apartado dedicado a la terapia tuvo que irse acortando cada vez más por los requerimientos un tanto desmedidos de esta carrera, que fructificaron de una manera maravillosa y que me han aportado muchísimo conocimiento, la posibilidad de encontrarme con gente de un enorme talento y el reto de enfrentarme a desafíos que nunca había imaginado.

La creatividad es un manantial que todes tenemos, y que fluye mejor si lo entrenas. Las herramientas están ahí por si quieres que el caudal vaya más limpio, con más o menos corriente, hacia donde tú quieres que vaya, y puedas navegar por él.


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Cuatro años después, se cierra el paréntesis con la propuesta de un nuevo ciclo de Teatro Emocional, donde todos los conocimientos que me han aportado estos años serán recogidos, de uno u otro modo.

Un camino que retomo con ilusión y tranquilidad, así como con la curiosidad por descubrir qué me deparará y quién me acompañará en su tránsito.

Por todo esto, lanzo desde aquí la invitación a que te tomes el tiempo que precises, a que establezcas tus propios paréntesis, tus interrupciones, tus hiatos, con la confianza de que la atención a tu necesidad  acabará fructificando en una mirada más profunda hacia ti misme.



(1) Peñarrubia, F. La vía del vacío fértil. Alianza Editorial, 2008.


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